Este libro trata sobre seres humanos que dicen haber sido pájaros y peces en vidas pasadas, meditadores que describen cómo dieron el paso de la vida a la no-muerte, pensadores convencidos de que, si entrenamos la mirada del alma y la orientamos hacia dentro, recordaremos nuestro origen divino. Relacionando el modo de vida que nos plantea el budismo antiguo y la ascesis esbozada en los Yogasūtra de Patañjali, sale a la luz la importancia de la memoria corporal del practicante.
La autora revisa algunos aforismos «budistas» del yoga de Patañjali, y también el legado budista que reflejan algunos de los comentarios que acompañan a los aforismos. Otros temas igual de importantes son abordados con lucidez: la memoria de vidas pasadas, el trance meditativo, y la relación del practicante con su propio cuerpo, con la felicidad o con el suicidio.
Cuando venimos al señor, quedamos asombrados al ver tantas
necesidades espirituales que tenemos y no nos damos cuenta hasta
tener un encuentro con Cristo.
El morir al YO es un camino a la vida eterna, por eso la iglesia de
Cristo está hecha para llevarnos a su Gloria, pero no hay dudas que
habrá pruebas. La solución a nuestras pruebas está en nuestras
manos.
Este libro nos enseña como menguar a nuestro yo y dejar que Cristo
crezca en nosotros. La fidelidad de Dios es un consuelo para quienes
necesitamos cambiar esos viejos paradigmas que nos han
esclavizados y no nos dejan crecer.
Jerónimo de Estridón (347-420), célebre padre y doctor de la Iglesia de Occidente, recordado por su traducción al latín del Antiguo y Nuevo Testamento (Vulgata), fue un autor prolífico de obras exegéticas, polémicas y literarias, además de numerosas epístolas que iluminan aspectos significativos de la vida política, eclesiástica y espiritual de su tiempo. El presente volumen ofrece las biografías de tres eremitas del desierto, Pablo, Malco e Hilarión, que simbolizan las diversas etapas de difusión del monacato, respectivamente, en Egipto, Siria y Palestina. Por su calidad literaria y lo ameno de su narración alcanzaron una enorme popularidad durante la Edad Media y el Renacimiento.
Ayer, un mes después de morir, grabaron sobre su tumba el nombre de mi madre. Al ver sobre la piedra las letras que tantas veces estuvieron en mis labios sentí un impulso doble, contradictorio tan solo en un primer instante, que me empujaba al mismo tiempo a permanecer callado y a pronunciar las palabras justas para nombrar la vida. Lo que sentía en ese momento solo puede ser nombrado con la palabra «tristeza», aunque la palabra «tristeza» –como le ocurre a todas las palabras frente a la complejidad de nuestra vida– se queda tan corta como un metro para sondear las profundidades de un abismo.
La guerra de Troya como nunca la habían contado: espectacular, vibrante, divertida y conmovedora.
El rapto de la hermosa reina griega Helena por el príncipe troyano Paris desencadena una guerra entre ambos pueblos. Los griegos mandan a su flota y sitian la ciudad de Troya. El conflicto se prolongará diez años, y causará mucho sufrimiento y muchos muertos. Intervendrán héroes como el valeroso Aquiles o el astuto Odiseo y dioses como el mismísimo Zeus. Y también un celebérrimo caballo de madera.
¿Quién mejor que Stephen Fry para contar esta historia de la antigüedad con palabras y miradas actuales? El autor y actor, que en sus anteriores Mythos y Héroes ya nos deleitó con sus repasos a la mitología griega, vuelve a la carga en plena forma. Esta es una historia que lo tiene todo: heroísmo, venganza, amor, ideales, brutalidad, traición, desesperación, violencia extrema, dolor, esperanza… Las pasiones que mueven a los seres humanos del pasado y del presente.
Y es que el mito de la guerra de Troya, que nos cuenta este libro trepidante, amenísimo y rebosante de información, no es mera arqueología literaria, sino una historia con temas muy actuales. Fry nos ofrece un festín, con su portentosa capacidad narrativa y sus impagables toques de humor.
A pesar de permanecer olvidado durante más de tres mil años, con un reinado que duró solo una década, Tutankamón es seguramente el más famoso de todos los faraones egipcios, gracias al fabuloso tesoro descubierto debido a la intuición y perseverancia del arqueólogo Howard Carter y al generoso apoyo de su patrón Lord Carnarvon. En la tumba se encontraron más de cuatro mil artefactos, esplendidas joyas, amuletos mágicos y la famosa máscara mortuoria de oro macizo.