Cuando la vida parece perder su sentido, necesitamos palabras. Cuando sufrimos un duelo, una traición, la soledad o una derrota, buscamos ayuda para recuperar ese sentido. El lenguaje del consuelo fue antaño el gran objeto de estudio de religiosos y filósofos, pero se ha ido desvaneciendo de nuestro vocabulario moderno. Desde el siglo XVI, la humanidad ha tendido a rechazar el alivio proveniente de los textos sagrados para, en su lugar, concentrar su fe en la ciencia, las ideologías y las terapias. Además, como advierte el gran pensador e historiador Michael Ignatieff, «hoy el premio de consolación es el que nadie quiere ganar. Las culturas que persiguen el éxito no prestan mucha atención al fracaso, la pérdida o la muerte. La consolación es para los perdedores».
En todo momento histórico hay una tensión entre lo viejo que no se resigna a desaparecer y lo nuevo que no se decide a triunfar. Todo presente histórico es un interregno propicio para fenómenos monstruosos que sólo los que vengan después sabrán si fueron apariciones fantasmales que se disolvieron sin dejar huella, heraldos del futuro, partos prematuros o muertos revividos.
Nuestro monstruo hoy es la sensación, tan extendida, de que vivimos en un posible fin de los tiempos. La inquietante presencia de esta esperanza herida nos permite pensar que el hombre actual ha podido cansarse de sí mismo y de su dominio insolente de la Tierra.
El filósofo y maestro Gregorio Luri se sirve de nuestras angustiosas preguntas por los límites del mundo humano como pruebas reactivas para diagnosticar el signo del tiempo en que vivimos.
Porque, aunque la pregunta por los límites humanos es tan antigua como la religión, había permanecido latente hasta hace pocas décadas. Pero en nuestros días ha alcanzado una latencia tan extraordinaria que inunda los medios de comunicación, anulando toda posibilidad de autocomplacencia.
Que el hombre esté desorientado no es noticia; que tenga miedo al futuro, tampoco. Pero que tenga miedo de sí mismo porque se ve como el bárbaro que acecha en los limes de su alma, sí es novedoso. Y es una noticia altamente preocupante, sobre todo porque ese miedo ha llegado a las escuelas…
El excitante retrato de una época en la que la erudición, la sensualidad y los excesos iban siempre de la mano.
París, 1933: Jean-Paul-Sartre, Simone de Beauvoir y Raymond Aron están reunidos tomando cócteles de albaricoque en el bar Bec-de-Gaz, en la calle Montparnasse. Aron les tienta con un nuevo marco conceptual aparecido en Berlín, la fenomenología. «Si eres fenomenólogo puedes hablar de este cóctel y hacer filosofía con él», les dice.
Esa sencilla frase puso en marcha un movimiento que inspiró a Sartre a integrar la fenomenología con su propia sensibilidad humanística y crear un enfoque filosófico completamente nuevo, inspirado en la libertad radical, el ser auténtico y el activismo político. Ese movimiento arrasaría en los clubes de jazz y cafés de la Rive Gauche, y luego llegaría a todo el mundo bajo el nombre de «existencialismo».
A LA CONEXIóN ENTRE RELATO Y FILOSOFíA, QUE CONSTITUYE LA CARACTERíSTICA MáS SOBRESALIENTE DE LOS LIBROS DE PETER SLOTERDIJK, HAY QUE AñADIR EL HECHO DE QUE A COMIENZOS DEL SIGLO XXI SE PUEDA CONTAR CON ALGO RADICALMENTE REVOLUCIONARIO.
«Reaccionarios, dicen. Me parece que ha llegado el momento de precisar la situación en que me encuentro y volver a trazar mi itinerario sin evasivas ni complacencias. Por lo que a mí respecta no se trata en modo alguno de rebajar el conocimiento a la confesión ni de defender una verdad puramente subjetiva. No he optado, en el momento de rendir cuentas, por atrincherarme en la fortaleza inexpugnable de la autobiografía. Pongo las cartas sobre la mesa, digo desde dónde hablo, pero no digo sin embargo: 'Cada uno tiene su propia visión de las cosas'. La verdad que yo sigo buscando todavía y siempre es la verdad de lo real; la elucidación del ser y de los acontecimientos sigue siendo, a mis ojos, prioritaria. A pesar de la fatiga y del desánimo que a veces me asaltan, prosigo con obstinación esta búsqueda. Me intereso menos por mí de lo que me afecta el mundo. Con todo, como escribió Kierkegaard, 'pensar es una cosa, existir en lo que se piensa es otra'. Esta otra cosa es lo que he querido aclarar al escribir, pase por una vez, en primera persona». Alain Finkielkraut
UNA REIVINDICACIÓN DEL ESCEPTICISMO COMO DEFENSA ANTE LAS TIRANÍAS Y LOS FANATISMOS.
Filósofo inconformista e insobornable, Bertrand Russell publicó este conjunto de ensayos cuando ya había dado sobradas muestras de ser un intelectual revolucionario. En ellos, mediante el ejercicio de la duda escéptica, nos propone un planteamiento «paradójico subversivo»: transformar un mundo irracional a través de la razón, que es la que determina las acciones humanas. Russell aborda grandes temas como el psicoanálisis, la ciencia, la educación, la relación entre guerra y bienestar, el control de la información o la libertad individual, y los examina con una actitud escéptica, que se convierte también en una forma de independencia intelectual. El resultado es una obra que nunca ha perdido su vigencia.