Desde Disneylandia hasta el Mont-Saint-Michel, desde las pirámides egipcias hasta los castillos de Baviera, desde Venecia hasta París o Nueva York, la interminable rueda del turismo no para nunca de dar vueltas. Con el ojo atentamente fijado en el objetivo de la cámara, en vez de contemplar la realidad, los turistas transforman un mundo en imágenes que está, él mismo, invadido por las imágenes.
Lo que busca el turista de viajes organizados es la foto del catálogo o de la pantalla de Internet y si la realidad que encuentra no es la «prometida» queda defraudado, se siente perdido e incapaz de hacer su propia experiencia. El turista individual y culto también está sometido a la esclavitud de las imágenes. No puede dejar de buscar escenarios ya codificados por la ficción, lugares dignificados y mitificados por famosos observadores anteriores desde distintos discursos culturales. No se fía de su propia vivencia, sino que tratará de adoptar los ángulos de vista de ellos con la pretensión de experimentar, comprender o gozar como éstos, sin tener apenas en cuenta lo que le rodea de hecho.
Analizando las actitudes de los visitantes de algunas playas, paisajes, monumentos o plazas emblemáticos del turismo, Marc Augé muestra no sólo que la mayoría de los lugares míticos y románticos nos hacen vibrar porque fueron escenarios de grandes novelas o películas. También en esos lugares mismos se hace lo posible para revestirlos con los símbolos e insignias buscadas por los turistas. De esta manera se redobla la ficción desde el observador y lo observado, de modo que la realidad está en peligro de quedar del todo inaccesible.
El tema central de este libro tan diverso es la relación cada vez más controvertida entre la naturaleza de la mente y la materia. Meticulosas observaciones tanto científicas como médicas, que van desde la física cuántica hasta las experiencias cercanas a la muerte o los fenómenos paranormales, plantean nuevas cuestiones filosóficas en todos los ámbitos de la cultura y la ciencia. Al margen de la grave indiferencia que sufren las humanidades en la actualidad –de la que se queja Jeffrey J. Kripal–, todas estas observaciones y experiencias extraordinarias de intelectuales, médicos y científicos sugieren con rotundidad que el tradicional marco materialista de la ciencia se está quedando obsoleto y que, debido a ello, necesita dar un vuelco: pasar de la visión externa de las cosas a una visión interna, es decir, del «objeto» al «sujeto». Pero esto no significa de ninguna manera que la ciencia sea un camino equivocado, sino que cada vez nos hacemos más conscientes de sus limitaciones epistemológicas. Pues no sólo la mente depende de la materia, sino que cualquier forma de vida material depende en última instancia de su particular modo de experimentar la mente universal. Moviéndose en el terreno de la imaginación intelectual, Kripal pretende suscitar en el lector ese mismo vuelco.
Este libro está en el inicio del diálogo contemporáneo entre el budismo y el cristianismo, cuestión que sigue teniendo la misma relevancia que cuando fue publicado por primera vez, hace cinco décadas, tal como afirma Javier Melloni en su introdución.
El jesuita Hugo Lassalle vivió en Japón más de sesenta años. Durante ese tiempo descubrió que la meditación zen podía enriquecer enormemente no solo la fe y oración cristianas, sino que también podía renovar la vida de cualquier persona, fuese o no creyente.
Aunque desde que se escribió este libro han cambiado muchas cosas en el mundo, las claves que nos proporcionan estas páginas siguen siendo de gran actualidad, tanto para profundizar en la propia fe cristiana como para abrirse al modo oriental de adentrarse en el corazón de la realidad, a través de la meditación silenciosa.
Es el despertar de una nueva conciencia de la especie humana lo que el autor ya entrevió entonces.
Decir filosofía es para Gabriel Albiac decir un juego, una feliz indolencia o una melancolía sabia y escéptica. También es soledad y, a veces, casi lo único que puede darnos compañía. Su Elogio de la filosofía emprende un viaje fascinante y muy personal por las preguntas fundamentales que nos hemos hecho siempre.
Sus páginas nos hablan de la existencia y su sentido, el tiempo y la muerte, la libertad, la belleza o la verdad en un estilo único, lírico y culto, preñado de referencias literarias y artísticas. En sus páginas desfilan las palabras y las ideas de la sabiduría clásica en Heráclito, Platón o Marco Aurelio; de San Pablo y la Biblia; de La Boétie, Montaigne, Pascal o Spinoza; de poetas como Quevedo, John Keats o W. H. Auden; y obras como La Ilíada o el Cristo de Grünewald.
En esta travesía no hay programa ni decálogo alguno, no hay respuestas cerradas, tan solo un bello «consuelo de la huida» y una «lucha por conocer» que nos acerca a eso que llamamos libertad.
Una visión alternativa y totalmente estimulante sobre nuestro pecado mortal favorito: la ociosidad. ¿En qué medida una vida ociosa es una buena vida? El primer libro que desafía a la filosofía moderna en su condena de la ociosidad, revelando por qué el estar ocioso es un estado de libertad verdadera.
Durante milenios, la ociosidad y la pereza se han considerado vicios. Se espera que todos trabajemos para sobrevivir y salir adelante. Dedicar energía a cualquier cosa que no sea el trabajo y la superación personal puede parecer un fracaso moral o un lujo. Pero, ¿y si la ociosidad, en vez de vicio o defecto, fuera una forma eficaz de resistencia? ¿Y si nos permitiera experimentar la libertad en su forma más plena?
Lejos de cuestionar estas ideas convencionales, filósofos modernos como Kant, Hegel, Marx, Schopenhauer y de Beauvoir las sustentan y profundizan. Este libro expone los prejuicios tras estos razonamientos, cuestionando la visión oficial de nuestra cultura: que el incesante ajetreo, el hacerse a uno mismo, la utilidad y la productividad son el núcleo mismo de lo que está bien para los seres humanos.
Recogiendo ideas de la Grecia Antigua y sobre la importancia del juego en pensadores como Schiller y Marcuse, el autor presenta una visión empática de la ociosidad, que nos permite mirar bajo una nueva luz nuestro moderno culto al trabajo y al esfuerzo. Una reflexión estimulante.
La tesis fundamental de Steinbock es que las emociones morales no solo tienen su propia temporalidad sino que permiten formas específicas de evidencia que clarifican el sentido de la personalidad, además de relanzar nociones como libertad, crítica y normatividad.
Esta obra marca una nueva etapa en la investigación fenomenológica. Se desarrolla a partir de una exploración sistemática en torno a lo que Steinbock denomina las «emociones morales», que describe como emociones de la auto-donación (orgullo, vergüenza y culpa), de la posibilidad (arrepentimiento, esperanza y desesperanza) y de la otredad (confianza, amor y humildad). A través de ellas descubre la estructura básica que subyace a las experiencias interpersonales concretas.
La tesis fundamental de Steinbock es que las emociones morales no solo tienen su propia temporalidad sino que permiten formas específicas de evidencia que clarifican el sentido de la personalidad, además de relanzar nociones como libertad, crítica y normatividad. Estas, a su vez, permiten el desarrollo de un nuevo paradigma para afrontar los retos de los imaginarios sociales contemporáneos, más allá de la disputa modernidad/posmodernidad.