Si hay un filósofo que representa lo que ha sido la ilustración, éste es sin duda Kant y, concretamente, su obra más universal, la Crítica de la razón pura. Con este libro emprende una crítica tan sistemática como demoledora a la metafísica o, para mayor exactitud, a los argumentos con que se sostiene la merafísica tradicional. En realidad, la Crítica de la razón pura se presenta como preparación de un riguroso sistema filosófico que Kant no llegó a elaborar. En esta edición, cuidadosamente revisada, se han introducido notables modificaciones respecto de las anteriores, buscando una mayor precisión en el vocabulario, ampliando el índice analitico e incluyendo introducción, cronología y bibliografía nuevas.
La Crítica del discernimiento, o de ia facultad de juzgar (1190), de Immanuel Kant (1724-1804), fue aclamada por Goethe como la más influyente de las obras kantianas, por tratar al mismo tiempo del arte y de la naturaleza, mientras que Hannah Arendt haría, por su parte, una lectura política de sus páginas. En su tercera Crítica Kant culmina el itinerario de su reflexión filosófica, abordando problemas relacionados con la estética y con la teleología. Aquí se trata sobre Ip bello y lo sublime, sobre lo sublime como símbolo de la moralidad y sobre las ficciones heurísticas que pueden orientar nuestro conocimiento de la naturaleza, entre muchos otros temas que son analizados en sus respectivos estudios introductorios por los autores de esta nueva edición castellana, responsables igualmente del aparato crítico y del útil índice conceptual que acompaña a la obra.
Nacido en una familia hispano-romana, Lucio Anneo Séneca (ca. 3 a.C-65 d.C) pasó muy joven a la capital del imperio, donde andando el tiempo fue encargado de la educación de Nerón, ejerciendo gran influencia en los primeros tiempos de su reinado. Su tratado acerca de la cólera es una reflexión abiertamente polémica guiada por una intención ejemplar. Frente a los epígonos del aristotelismo y el platonismo, el estoicismo romano (y Séneca especialmente) se muestra cauteloso ante los excesos teóricos y otras tentaciones, sintonizando más bien con el epicureísmo en la idea de que el hombre, en medio de los avatares, ha de alcanzar la «apatía», la impasibilidad.
Libro desconcertante y enigmático, escrito en circunstancias dramáticas (terminado en noviembre de 1888, su autor perdería dos meses después, por completo y para siempre, sus facultades mentales), Ecce homo constituye una recapitulación general de las ideas de Friedrich Nietzsche (1844-1900) y una guía de su itinerario intelectual. La presente edición se complementa con una introducción y abundantes notas a cargo de Andrés Sánchez Pascual, traductor asimismo de la obra.
Este libro es un ajuste relativo de cuentas con Lacan en la época de esplendor del estructuralismo, allá por los inicios de la década de los setenta. Partiendo del convencimiento de que "Edipo no sirve absolutamente para nada", Deleuze y Guattari se impregnan de la atmósfera cultural del periodo, en especial del Foucault de Las palabras y las cosas, y afirman que la invención del hombre por el orden burgués de que habla este último puede comprenderse mejor a partir del análisis de los mecanismos de producción del hombre en la sociedad actual, es decir, a partir de la disección de la máquina social capitalista que los autores acometen mediante el procedimiento de descodificación-territorialización.
Byung-Chul Han reflexiona en este ensayo sobre la crisis temporal contemporánea. Según el autor, no estamos ante una aceleración del tiempo, sino ante la atomización y dispersión temporal -a la que llama disincronía-. En la disincronía, cada instante es igual al otro y no existe ni un ritmo ni un rumbo que dé sentido y significación a la vida. El tiempo se escapa porque nada concluye, y todo, incluido uno mismo, se experimenta como efímero y fugaz. En consecuencia, la muerte es un instante más, un final a destiempo. Esto invalida la vivencia de la muerte, en Nietzsche y Heidegger por ejemplo, como consumación de una unidad con sentido. El presente libro sigue el rastro, histórica y sistemáticamente, de las causas y síntomas de esta disincronía. Pero también reflexiona sobre la posibilidad de una recuperación. El final del tiempo como duración narrativa no tiene por qué traer consigo un vacío temporal. Al contrario, da lugar a la posibilidad de una vida que no necesita de la teología ni la teleología, y que a pesar de ello tiene su propio aroma. Pero para ello es necesario un cambio. En palabras de Byung-Chul Han, «la crisis temporal solo se superará en el momento en que la vita activa, en plena crisis, acoja de nuevo la vita contemplativa en su seno.»