De los abordajes críticos que ha recibido la poesía dominicana, los de Soledad Álvarez están entre los más luminosos que he leído, por su mirada sensible y aguda, por sus valoraciones estéticas y su olfato intuitivo. Acaso porque esa mirada en ella tiene un aprendizaje temprano: un ojo crítico educado desde la práctica y la experiencia poética, y desde una pasión sentimental volcada a la investigación y al estudio de nuestra tradición poética, que tuvo como sus maestros motivacionales a Manuel Rueda y a Freddy Gatón Arce. Y un lejano ángel guardián de inspiración, del que aprendió el rigor y la profundidad: Pedro Henríquez Ureña. El ensayo en Soledad Álvarez respira brillantez y lucidez porque está escoltado e iluminado por un ritmo musical en su prosa, que le inyecta movimiento a la frase y fluidez a las ideas. Y esa vocación de estilo, libre de ataduras conceptuales, de tutelas ideológicas y de dogmas teóricos, conforma los rasgos que le imprimen libertad expresiva, autonomía argumentativa y propiedad peculiar a su discurso crítico.
En Soledad Álvarez el ensayo literario adquiere el estatuto de la prosa de imaginación, en la que siempre reverberan las ideas estéticas y la depuración de su sintaxis. Leer las páginas de El paisaje insular en la poesía dominicana y otros ensayos representa una experiencia que confirma que su escritura siempre es un acto de celebración de la palabra, y una fiesta del pensamiento: encarna una deuda de gratitud con sus antepasados y sus compañeros generacionales, en un diálogo, conmovedor y lírico, con su memoria sensible y con la educación sentimental de su temperamento intelectual.
Sus puntos de vista sobre la poesía dominicana —desde el siglo XIX hasta el presenteen su devenir histórico, la hacen ser una voz crítica vital y esencial a la hora de leer y estudiar nuestra lírica en sus contextos generacionales, desde la perspectiva de los movimientos y las tendencias, y en diálogo entre tradición y modernidad. Sus conferencias, prólogos y ensayos, reunidos en este volumen, acerca de la poesía y la ciudad, la insularidad y la universalidad o la clasicidad y las vanguardias son de sorprendente lucidez, originalidad imaginativa y agudeza crítica.
Basilio Belliard