CARLOS MAYORAL PARA LIBROTEA: "No podía faltar la conversación alcohólica por excelencia, esa que se origina en cualquier bar del mundo (en este caso, en “La Catedral”) y que permite divagar por cualquier argumento, saltándose cualquier límite. Como ejemplo tenemos aquí a Zavalita, uno de los personajes de esta gran novela de Mario Vargas Llosa, que comienza preguntándose “en qué momento se había jodido el Perú”… como se jodieron tantas cosas."
Conversación en La Catedral es algo más que un hito en el derrotero literario del Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa: es un punto de referencia insoslayable, un dato fijo en la historia de la literatura actual.
Zavalita y el zambo Ambrosio conversan en La Catedral. Estamos en Perú, durante el «ochenio» dictatorial del general Manuel A. Odría. Unas cuantas cervezas y un río de palabras en libertad para responder a la palabra amordazada por la dictadura.
Conversación en La Catedral (1969) no es, sin embargo, una novela histórica. Sus personajes, las historias que éstos cuentan, los fragmentos que van encajando, conforman la descripción minuciosa de un envilecimiento colectivo, el repaso de todos los caminos que hacen desembocar a un pueblo entero en la frustración.
Conversación en La Catedral es una cruda radiografía del envilecimiento y la frustración de la sociedad peruana bajo la presión de un poder dictatorial.
Cosas que ya no existen es un hito en la trayectoria de Cristina Fernández Cubas, un libro que la autora concibió como un recuento de escenas, personajes, viajes y momentos de su propia vida que pedían paso para una suerte de memorias, y que, imponiendose como historias, acabaron conformando un magnífico volumen de relatos vividos. Con las armas de la ficción, y el despliegue de una prosa envolvente y arrolladora, sus páginas nos transportan a un viaje transatlántico al Buenos Aires de los años setenta, a estudiar durante unos meses en El Cairo, a cruzar la frontera boliviana o a vivir singulares peripecias en distintos puntos del globo.
«-Anda,niña: dinos quién fue. Ella se demoró apenas el tiempo necesario para decir el nombre. Lo buscó en las tinieblas, lo encontró a primera vista entre los tantos y tantos nombres confundibles de este mundo y del otro, y lo dejó clavado en la pared con su dardo certerom como a una mariposa cuya sentencia estaba escrita desde siempre.-»
Esta edición recupera la recopilación que el propio Hemingway hiciera de todos sus cuentos en 1938, conocida como Los cuarenta y nueve primeros cuentos, donde se encuentran relatos tan magistrales como «Los asesinos», «Las nieves del Kilimanjaro» o «Padres e hijos».
El mundo estético y moral de Hemingway se encuentra aquí destilado, seco, sobrio, cegador, latente. La caza, la pesca, el boxeo, la guerra, el alcohol, el deseo o la derrota son algunos de los materiales con que se construye esta obra cuyo aliento perdura con un vigor insospechado.
«Casi siempre la máxima expresión de la felicidad o de la desgracia es el silencio.»Como el drama, el relato corto se ajusta al proyecto literario de Chéjov: «No he adquirido una perspectiva política, ni filosófica, ni religiosa sobre la vida... Tengo que limitarme a las descripciones de cómo mis personajes aman, se casan, tienen hijos, hablan y se mueren». El genio de Chéjov estalla en esas pinceladas, retazos de vida crepusculares, pesimistas, a veces irónicos y siempre lúcidos, reflejo de una realidad que comienza a disolverse envuelta en su mediocridad y falta de aliento.El Premio Pulitzer 1996 Richard Ford ha desempeñado, paralelamente a su trayectoria como narrador, la monumental tarea de editar la obra de Antón Chéjov. El presente volumen toma como referencia su trabajo y ofrece al lector hispanoparlante una antología de los mejores cuentos del escritor ruso, formidablemente vertidos a nuestra lengua.
No estamos ante una novela típica del siglo XIX. Una historia de amor apasionada en la que están envueltos unos seres depravados, implacables, con deseos de venganza, de pasiones violentas y tendentes a la destrucción, que hasta producen rechazo al lector que llega a condenarlos, y que provocó estupor y perplejidad absoluta en el momento de su publicación, en diciembre de 1847, por la intensidad de la dramatización ante una historia que sobrepasaba los límites de la estricta moral ortodoxa de la época. La violencia del lenguaje y de algunas situaciones escabrosas constituía otro aspecto más que atentaba contra los cánones de la corrección imperantes, y que la entonces desconocida autora no respetó en ningún momento. Se tachó a la obra de burda, desagradable, inconexa, impetuosa..., pero también despertó simpatías. Un relato original, la intensa pasión de los protagonistas, su autenticidad, su energía, sus descripciones de paisajes..., compensaban sobradamente cualquier defecto que pudiese percibirse.