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TEJER EL PASADO

Desde hace unas décadas, nuestras sociedades se han visto atravesadas por una obsesión memorialista sin precedentes. La necesidad de recordar los pasados traumáticos se ha impuesto así, casi sin percatarnos, como una obligación moral que, supuestamente, nos llevará a evitar futuros enfrentamientos y desgarros. El mantra «quien olvida su historia está condenado a repetirla» sintetiza a la perfección esta idea, formando ya parte de todo un sentido común de época. En 'Tejer el pasado', las politólogas Sandrine Lefranc y Sarah Gensburger cuestionan de raíz esta concepción tan extendida. Este borboteo incesante del pasado en nuestro presente ha propiciado la aparición de toda una 'industria de la memoria' cuyos esfuerzos, en opinión de las autoras, están dirigidos de manera ineficiente. Y es que, según argumentan, el despliegue de todas estas acciones memorialistas no contribuye de manera necesaria a alumbrar sociedades más pacíficas o tolerantes. Su análisis, por tanto, no parte de la idea preconcebida de que cabe recordar para 'nunca más' repetir errores del pasado, sino que se centra en el modo en que, según las ciencias sociales, los individuos operamos en nuestros campos de referencia. ¿Cómo hacer que las políticas de memoria puedan ser realmente eficaces? De este modo, este brillante estudio dinamita un lugar común como punto de partida, para a continuación instituir un nuevo promontorio desde el que repensar el modo en que deberíamos recordar ―o no― de manera colectiva, a fin de construir sociedades más justas.
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TEMPERAMENTOS FILOSOFICOS

Peter Sloterdijk retrata algunos temperamentos filosóficos desde la Antigüedad hasta el siglo XX y abre un nuevo acceso a los grandes maestros de la filosofía. «El título de la presente colección alude a la conocida sentencia de Fichte de que la filosofía que uno elige depende del tipo de persona que se es. Con ello quería decir que las almas serviles se deciden por un sistema naturalista que justifica su servilismo, mientras que las personas de mentalidad orgullosa se aferran a un sistema de libertad. Esta observación sigue siendo ahora tan verdadera como siempre. Espero haber mostrado con los breves estudios aquí reunidos que la escala de los temperamentos filosóficos va mucho más allá de la oposición entre tipos cobardes y orgullosos. Es tan extensa como el alma iluminada por el logos, cuyos límites, afirmaba Heráclito, resultan imposibles de alcanzar, por mucho que se la recorra.»
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