Esta nueva obra de Esteban Mira Caballos desmonta el viejo tópico que sostenía que la presencia de indígenas americanos en el Viejo Mundo se limitó a un puñado de ellos que trajeron algunos descubridores, como Cristóbal Colón, pero la realidad es que hubo un tráfico de indígenas con destino a los mercados esclavistas europeos. Hasta mediados del siglo XVI entraron a través del puerto de Sevilla y, en la segunda mitad de la centuria, por Lisboa.
Otros muchos llegaron voluntariamente: unos, para conocer los secretos de la tierra -como un turista del siglo XXI- y, otros, para solicitar sus derechos, acudiendo personalmente a la corte para entrevistarse con el soberano. Lo mismo reclamaban tierras de sus antepasados, que privilegios -como escudo de armas, o el derecho a portar armas o a usar caballos--.
Una obra total sobre la experiencia de la guerra.
El aclamado historiador Antony Beevor vuelve a maravillarnos con su narración del Día D. Tras largos años de trabajo en archivos que sus predecesores no pudieron consultar (más de treinta, en media docena de países), ha escrito lo que nos parece una obra total sobre la experiencia de la guerra: los preparativos de la invasión de Normandía por las fuerzas aliadas, la disciplinada resistencia de los soldados alemanes, el enfrentamiento, terrible, en las cabezas de playa, el penoso avance en territorio francés con batallas tan eras como las que se libraban en el frente oriental, el calvario de los civiles franceses masacrados por ambos bandos, las miserables disensiones entre los jefes militares, o la visión, casi insoportable, de la exacción más terrible de la guerra: los heridos, los desnudos y los muertos.
La génesis, ejecución y secuelas del día D a través de los ojos del propio Winston Churchill.
Al amanecer del 6 de junio de 1944, el desembarco de la mayor armada de buques jamás reunida comenzó a las 6:30 horas. Durante la noche, los paracaidistas aseguraron el flanco oriental de la zona de desembarco, mientras que otras Divisiones Aerotransportadas estadounidenses protegían el flanco occidental para evitar contraataques alemanes. Cuando Gran Bretaña se despertó con la noticia del desembarco, la declaración formal ante la Cámara de los Comunes recayó sobre su Primer Ministro, Winston Churchill. Aunque Churchill era consciente de la enorme responsabilidad que tenía para con los soldados británicos y los civiles franceses, y aunque sabía que sus oponentes políticos cuestionarían su liderazgo, apenas compartirá las conversaciones, los pensamientos más íntimos, las deliberaciones y las decisiones que ha estado tomando y que seguirá tomando en este día. Todo pende de un hilo. El Día D de Churchill ofrece exactamente esa historia viva, una oportunidad sin precedentes para que los lectores vivan la Invasión de Normandía como la vivió el propio Bulldog británico.
9 de agosto de 378. En las llanuras al noroeste de la ciudad de Adrianópolis, en la provincia romana de Tracia -actualmente Turquía- se desarrolló una batalla decisiva para el Imperio Romano. Las legiones del emperador Valens se enfrentaron a las hordas godas que habían atravesado la frontera más oriental del imperio y sufrieron la más severa derrota desde la victoria de Aníbal en Cannae seiscientos años antes. El imperio sobrevivió todavía un siglo a la sangrienta batalla de Adrianópolis, pero ese día marcó un punto de inflexión: fue el inicio de su fin.
Alessandro Barbero ofrece al lector un apasionante y minucioso relato de esta batalla legendaria y plasma el mundo cambiante en el que se produjo. El resultado es la prodigiosa recreación de una derrota que marcó el inicio de la decadencia del Imperio Romano.
Considerada una obra maestra de la historia militar, El día más largo es el insuperable relato de Cornelius Ryan sobre el Día D que recrea las fatídicas horas que precedieron y siguieron al desembarco de Normandía. Publicada por primera vez en 1959, narra con minucioso detalle los años de planificación que llevaron a la invasión, su desenlace épico y cada golpe de suerte y acto de heroísmo que marcarían la decisiva batalla que libró Europa de las garras del fascismo.
El emperador romano Cómodo quería matar un rinoceronte con arco y flechas, y quería hacerlo en el Coliseo. Su pasión por la caza era tan ferviente que soñaba con abatir todo tipo de bestias, y su destreza era tal que se afirmaba que nunca erraba un blanco. Durante catorce días, a finales del año 192 d. C., Cómodo organizó los combates entre gladiadores más fastuosos y espectaculares que Roma hubiera visto jamás. La gente acudió desde remotas regiones del imperio para presenciar un espectáculo en el que el propio emperador sería la atracción estrella, pues planeaba luchar en la arena como un gladiador más.
¿Por qué los gobernantes gastaban ingentes recursos en tan desmesurados espectáculos? ¿Por qué la plebe disfrutaba presenciando la matanza de animales y la lucha a muerte entre los hombres? ¿Cómo comprender en la actualidad su verdadero significado? Con brillantez y agilidad, Jerry Toner responde a estas preguntas examinando, entre otras, las nociones de honor personal, vigor viril y sofisticación que convertían los juegos en un poderoso relato sobre sí mismos que a los romanos les encantaba contarse.