A través de los treinta y tres capítulos el autor nos sumerge
en el laberinto del tiempo con la marcada intencionalidad de
hacer del pasado el caldo de cultivo del futuro. La extensión es
sufi ciente para aprisionar la realidad humana de una pequeña
población de República Dominicana, en cuyo nombre actúan
los personajes enlazados por indestructibles y a veces fatídicos
lazos familiares. Sí, la familia es la estructura social sobre la que,
de manera magistral, aunque con apariencia ingenua, el autor
nos enfrenta a la antinomia vida-muerte o realidad-irrealidad,
celosamente vigiladas por un tiempo cuya presencia nos obliga
a evocar a Platón para quien “el tiempo es la imagen de la eter-
nidad en movimiento”.
La historia que nos ocupa ocurrió en el primer siglo de la era cistiana, cuando Roma era la rectara del mundo occidental conocido, y todas las naciones de Europa estaban bajo su dominio y el de sus rígidos emperadores.