Pocos momentos hay más emocionantes y aterradores en la historia europea que la primavera de 1848. Como por arte de magia, en una ciudad tras otra, de Palermo a París, de Berlín a Viena, de Roma a Praga y Budapest, enormes multitudes se reunieron, de forma pacífica o violenta, y el orden político que había prevalecido desde la derrota de Napoleón simplemente se derrumbó. Reyes y emperadores, aristócratas y terratenientes, vieron cómo el mundo sólido en el que creían se deshacía en polvo. El nuevo y magnífico libro de Christopher Clark recrea con brío, ingenio y perspicacia este extraordinario periodo. Algunos gobernantes se rindieron de inmediato, otros lucharon encarnizadamente, pero en todas partes surgieron nuevos políticos, creencias y expectativas. El papel de la mujer en la sociedad, el fin de la esclavitud, el derecho al trabajo, la propiedad de la tierra, la independencia nacional y la emancipación de los judíos, entre muchos otros, se convirtieron en temas de acalorados debates. Clark evoca tanto este fermento de nuevas ideas como la serie de contraataques, cada vez más despiadados y eficaces, lanzados por regímenes conservadores que aún resultaban tener muchas cartas que jugar. Pero incluso en la derrota, los exiliados difundieron las ideas de 1848 por todo el mundo y -a veces para bien y a veces no tanto- una Europa nueva y muy diferente surgió de entre los escombros, en un proceso que tiene muchas similitudes con lo que vivimos hoy.