Years before Dorothy and her dog crash-land, another little girl makes her presence known in Oz. This girl, Elphaba, is born with emerald-green skin—no easy burden in a land as mean and poor as Oz, where superstition and magic are not strong enough to explain or overcome the natural disasters of flood and famine. Still, Elphaba is smart, and by the time she enters Shiz University, she becomes a member of a charmed circle of Oz’s most promising young citizens.
But Elphaba’s Oz is no utopia. The Wizard’s secret police are everywhere. Animals—those creatures with voices, souls, and minds—are threatened with exile. Young Elphaba, green and wild and misunderstood, is determined to protect the Animals—even if it means combating the mysterious Wizard, even if it means risking her single chance at romance. Ever wiser in guilt and sorrow, she can find herself grateful when the world declares her a witch. And she can even make herself glad for that young girl from Kansas.
Once a promising alchemist, Helena Marino is now a prisoner—of war and of her own mind. Her Resistance friends and allies have been brutally murdered, her abilities suppressed, and the world she knew destroyed.
In the aftermath of a long war, Paladia’s new ruling class of corrupt guild families and depraved necromancers, whose vile undead creatures helped bring about their victory, holds Helena captive.
According to Resistance records, she was a healer of little importance within their ranks. But Helena has inexplicable memory loss of the months leading up to her capture, making her enemies wonder: Is she truly as insignificant as she appears, or are her lost memories hiding some vital piece of the Resistance’s final gambit?
To uncover the memories buried deep within her mind, Helena is sent to the High Reeve, one of the most powerful and ruthless necromancers in this new world. Trapped on his crumbling estate, Helena’s fight—to protect her lost history and to preserve the last remaining shreds of her former self—is just beginning. For her prison and captor have secrets of their own . . . secrets Helena must unearth, whatever the cost.
For years, Erik, the scarred King of the Ever Kingdom, has thought of nothing but vengeance against the man who dilled his father and trapped him beneath the waves, making him a prisoner in his own realim
Until his enermy's dauahter unintentionally breaks the chains on the Ever, and Erik makes " werrtine annitting pawn in his vicious game of revenge. She's innocent. He's vicious. But he will take back what he lost, no matter the price. unless she steals his heart first
No pocas veces los filósofos y los poetas se embarcan en las mismas aventuras del pensamiento y de la intuición. Así, mientras en la dimensión de Homero y de la Ilíada, la flecha de Paris lanzada desde las murallas de Troya recorre una línea de palabras y llega siempre a la pierna de Aquiles, la flecha de Zenón, lanzada en Elea hace 2600 años, atraviesa una línea numérica eternamente divisible por dos y todavía hoy no logra llegar a su imposible destino.
La revolución tecnológica, producto de una insurrección intelectual previa, y derivada en una digitalización vertiginosa y díscola carga sobre sus hombros los fenómenos inherentes a la posmodernidad. El auge del medio digital ha generado el ruido, la grave tormenta de la información degradada en desinformación, de la noticia convertida en falsedad o posverdad, de los poderes democráticos transformados en seudo poderes de la posdemocracia y de las batallas identitarias reducidas a la lucha por el reconocimiento de grupos minoritarios atrapados en la desnaturalización de la sexualidad, el egocentrismo y el género. El conocimiento ha sido vapuleado por la información, cada vez más excesiva e inútil, y el dato se cree sabiduría en sí misma. El selfi ha degradado al retrato y el fitness y la industria del espíritu son rasgos identitarios de las nuevas tribus que, conjugando lo arcaico con lo actual, han dado lugar a la nueva cotidianidad y a los mitos, temores, pesadillas e ilusiones de una ensoñación posmoderna. El porno y la mera sociedad del espectáculo engullen la existencia a una velocidad y superficialidad asombrosas. El fundamentalismo e integrismo identitarios enhiestan el singularismo como una virtud a riesgo de echar a perder el valor de la diversidad, cuando no la singularidad, a riesgo de perder la esencia de lo humano. La pérdida, cuando no sustancial deterioro de los vínculos humanos ha convertido al sapiens en digitalis, diluyéndose con ello el esplendor de los valores humanísticos universales. Sufrimos, con angustia, la decadencia del ser en favor de la efímera y vacía sombra del parecer o el tener. De esos y otros síntomas y temores de los tiempos actuales tratan estos textos que han saltado, para una comprensión más coherente, de las páginas del periódico a la densidad del libro.