Un pack con las 4 obras maestras de Tolkien.
-El Hobbit
-El Señor de los Anillos. La Comunidad del Anillo
-El Señor de los Anillos. Las Dos Torres
-El Señor de los Anillos. El Retorno del Rey
El siglo XVI es una época en movimiento incesante, un mundo en transición del que Rabelais (1494-1553) no será testigo mudo ni pasivo. Todo lo contrario: es preciso inscribir su obra –gigantesca– como una de las más importantes y ambiciosas en esa trama de iniciativas dispares en las que la política, la religión, la ciencia, el arte, la técnica, el derecho, la literatura... se dan la mano. Obra singular por sus múltiples registros, obra única por sus incontables niveles: todos los ámbitos de lo real y de lo imaginario, todos los peldaños de la escala que va de lo más bajo a lo más sublime, tienen su lugar en esa obra voraz de uno de los más grandes escritores de la literatura universal. Nunca en el pasado, nunca en su futuro, una obra tuvo tal capacidad de ingestión y digestión de materiales tan diversos. Metabolismo desmesurado, excesivo –aunque también educado y exquisito– como el de los gigantes que la habitan.
En la Italia del siglo xiv Petrarca se erige, con Dante y Boccaccio, como uno de los tres pilares de una nueva era en Occidente, marcada por el humanismo. Y es que, al redescubrir la tradición de los clásicos latinos, el poeta del Cancionero, laureado en 1341 en el Capitolio de Roma, se distanció de la teología e hizo del ser humano el principal interés del saber. Y precisamente su obra epistolar escrita en latín contribuyó a plantear ese proyecto inédito. En esta edición del monumental corpus en prosa integrado por las cartas familiares, de senectud, sin destinatario y dispersas, que abarcan buena parte de la existencia del poeta y casi un siglo de historia, Petrarca nos habla como observador de su convulsa época, de sus contemporáneos y de sí mismo, dialoga con autores del pasado convirtiéndolos en privilegiados interlocutores y crea su propia comunidad intelectual más allá del tiempo y el espacio. Así, forja la figura del hombre, singular y mortal, pero capaz de ejercer su libertad y trascender la finitud apelando a la posteridad. Con Petrarca el arte se vuelve alternativa existencial al sentimiento religioso, y el artista, paradigma humano.