En la tupida arboleda del Bosque de La Habana aparece, un 6 de agosto, el día en que la Iglesia celebra la Transfiguración de Jesús, el cuerpo de un travesti con el lazo de seda roja de la muerte aún al cuello. Para mayor zozobra de Conde el policía encargado de la investigación, aquella mujer «sin los beneficios de la naturaleza», vestida de rojo, resulta ser Alexis Arayán, hijo de un respetado diplomático del régimen cubano. La investigación se inicia con la visita del Conde al impresionante personaje del Marqués, hombre de letras y de teatro, homosexual desterrado en su propia tierra en una casona desvencijada, especie de excéntrico santo y brujo a la vez, culto, inteligente, astuto y dotado de la más refinada ironía. Poco a poco, el Conde va adentrándose en el mundo hosco en el que le introduce ladinamente el Marqués, poblado de seres que parecen todos portadores de la verdad de Alexis Arayán Pero, ¿dónde, en semejante laberinto, encontrará el Conde su verdad?
La inmortalidad: A partir del gesto encantador de una mujer, surge el personaje de Agnes, alrededor de la cual aparecerán su hermana Laura, su marido, Paul, y el mundo contemporáneo, que idolatra a la tecnología y la imagen. Y es que tal vez el hombre no sea sino su imagen, reflexiona Rubens, a quien sólo le quedan dos o tres fotografías mentales de la más excitante de sus amantes. Pronto, las aventuras de esos personajes imaginarios se mezclan con las de dos candidatos a la inmortalidad, Goethe y Bettina von Arnim, mientras la reflexión sobre el nacimiento del homo sentimentalis se alterna con las peripecias del singular profesor Avenarius.
Un duro y bellísimo ajuste de cuentas de un hijo con la figura del padre.
¿Qué tienen en común una pintura china de hace 1.300 años, la poesía de Dylan Thomas, las investigaciones etnográficas de Lévi-Strauss, un célebre apunte de los diarios de Kafka y una escena de El fuego fatuo de Louis Malle?
La respuesta está en la habitación donde un hombre agoniza mientras su hijo, el escritor Ricardo Menéndez Salmón, busca en el último paisaje que su padre ha contemplado una revelación que quizá no exista.
No entres dócilmente en esa noche quieta es una ofrenda, una elegía y una expiación. Es también el intento por reconstruir una existencia que camina hacia la madurez, la de quien escribe, a través de una existencia que se agota sin remedio, la de quien le entregó la vida.
Bartleby, el escribiente es un magnífico y conmovedor relato, cuya lectura resulta inquietante, divertida y perturbadora. Su protagonista, un peculiar copista judicial que trabaja en un despacho de abogados en Nueva York, decide un buen día, para sorpresa de su jefe, negarse a seguir copiando con la famosa frase «preferiría no hacerlo». Aún hoy, la motivación de Bartleby sigue siendo un exquisito misterio literario, pero la determinación y la sosegada delicadeza con la que se atreve a decir «no» hará que pase a la posteridad como un hombre que eligió la libertad. Herman Melville creó así un personaje paradigmático que influyó notablemente en autores posteriores y que se ha convertido en referente en la historia de la literatura.
Edward Hyde es poseedor de un don extraño (o de una maldición) que mantiene oculta a todo el mundo excepto a su médico. Él experimenta dos realidades, una que es su vida real y la otra; un estado del mundo de los sueños alimentado por una extraña condición neurológica.
Cuando una serie de asesinatos azotan la ciudad de Edimburgo con ecos de un antiguo ritual celta llamado "triple muerte", el Capitán Edward Hyde tendrá que salir a la captura de los responsables. En el proceso se verá inmerso en una misteriosa y peligrosa red de ocultismo celta intrigante y obscura, dirigida por figuras muy poderosas.
Las respuestas están aún por ser descubiertas, no solo en el mundo real sino también en el simbolismo siniestro del otro mundo en el que habita Edward Hyde.
Hyde solo tiene dos opciones: detener al asesino o perder la razón.
Un cuento oscuro. El que inspira al amigo de Hyde, Robert Louis Stevenson.