Escrita entre 1879 y 1880, LOS HERMANOS KARAMÁZOV es la última novela que escribió Fiódor Dostoyevski (1821-1881) y supone una síntesis de todas las inquietudes existenciales del autor. Su compleja galería de personajes está presidida por Fiódor Karamázov, el padre, ruin, hipócrita, avaro, cínico y libertino, y por sus descendientes: Dmitri, sensual, orgulloso y cruel, pero también generoso y capaz de rasgos de bondad y sacrificio; Iván, un intelectual escéptico que niega la existencia de Dios y el amor al prójimo; Aliosha, un cristiano místico que opone al humanitarismo revolucionario y al nihilismo el amor a Dios y al prójimo, aunque tampoco es inmune a las sensaciones turbias que lo invaden, y finalmente Smerdiakov, el cínico y perverso hijo natural, carente de todo sentido de responsabilidad moral. La obra, que tiene uno de sus puntos culminantes con el célebre relato del Gran Inquisidor, refleja una concepción del hombre como campo de batalla en el que luchan Dios y el Diablo, el bien y el mal.
En un maravilloso ejercicio estilístico, Victor Hugo nos expone sus más profundas reflexiones filosóficas, políticas y sociales. Los Miserables se hace eco del grito ahogado y desesperado de los desheredados sociales; es la luz tenue y la tiniebla, es la visión de lo que agoniza y se desangra y que pide y dota al mismo tiempo de una solución social y redentora.
Cincuenta y dos semanas: ese es el tiempo que le queda a Mona, una niña de diez años, para atesorar toda la belleza del mundo. Es el lapso que su erudito y original abuelo se ha dado para descubrirle, cada miércoles después del colegio, una obra de arte antes de que se quede ciega. Así, se disponen a visitar juntos los tres grandes museos parisinos: Louvre, Orsay y Beaubourg (Centro Pompidou), y a zambullirse en cuadros y esculturas con el fin de que su propia belleza y su sentido filosófico permeen y se inscriban para siempre en lo más hondo de Mona. Mirando a través de los ojos de Botticelli, Vermeer, Goya, Frida Kahlo o Basquiat, la pequeña aprenderá sobre la generosidad, la duda, la melancolía, la autonomía o la indignación, e irá incorporando su poderoso aprendizaje en su día a día.
Los ojos de Mona es una novela de iniciación al arte y a la vida que ahonda en la luminosa relación entre una nieta y su abuelo. Una historia llena de hermosos sentimientos que se ha convertido en un extraordinario fenómeno editorial antes incluso de su publicación en Francia.
Los reinos de allí reúne en el año de su centenario toda la poesía de Carlos Edmundo de Ory (1923-2010), una de las voces más altas y singulares de la lírica española contemporánea: setenta años de creatividad desbordante hecha palabra, desde sus primeras tentativas juveniles a la culminación expresiva de Melos melancolía, pasando por los numerosos poemarios y ciclos librescos que jalonan un itinerario poetico marcado por la pasión imaginativa, la búsqueda estetica y espiritual, la exuberancia verbal y una sana irreverencia. El resultado es una aventura creadora que no reconoce límites y que enlaza expresamente con las zonas más fertiles de la modernidad (el romanticismo anglo-germánico, el simbolismo visionario, las vanguardias históricas) en su afán por religar palabra y vida. Fruto de largos años de estudio, cotejo y revisión de esta obra, el poeta, profesor y ensayista Jaume Pont nos entrega en este volumen la edición definitiva de la poesía de Ory.
«Por fin: aquí están los prolegómenos de la gran obra, la aurora boreal del ciclo, el lienzo secreto del fresco, el solar en el que se construyó la catedral de siete pilares, el prefacio del propio Marcel, la búsqueda de En busca del tiempo perdido. [...] Proust ha vuelto, único y visionario como siempre» ( J. Garon, L’Obs). Así han saludado unánimemente los expertos y la crítica el hallazgo de este tesoro literario: un manuscrito mítico que ve la luz tras el fallecimiento de su propietario, Bernard de Fallois. Escritos entre 1907 y 1908, con estos episodios emblemáticos y fundacionales de su obra maestra se penetra por arte de magia en la memoria proustiana como si se tratara de una primigenia autobiografía en la que los personajes y los lugares surgen en toda su desnudez y conservando sus nombres auténticos —la abuela Adèle, la madre Jeanne y un joven Marcel estremecedoramente «humano, amoroso, atento con su familia, fiel y generoso» (A. Compagnon, Le Figaro Littéraire).