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SIMBOLOS EN LA BIBLIA

La sociedad moderna se caracteriza por la importancia que concede a la imagen. Esta vale más que un discurso y su fuerza es mayor que la de la realidad misma. Cuando leemos la Biblia y otros libros de la Antigüedad clásica, comprobamos que los pueblos en que nacieron no estaban muy lejos de nosotros, pues el símbolo es su modo de expresar icónicamente la realidad. El lenguaje simbólico es, por otra parte, el que mejor traduce las realidades espirituales, las más difíciles, íntimas y profundas. El símbolo no define la realidad de que trata, pero sugiere, apunta caminos, abre perspectivas, explora la existencia sin definirla de una vez por todas. El fundamento del simbolismo de la Biblia nace de la hermenéutica de la encarnación. Según esta, Dios «se encarna en las situaciones humanas, se adapta a la condición de un pueblo para hablarle según sus posibilidades de comprensión. Enciclopedia, diccionario, libro de pastoral, esta obra explica los símbolos más relevantes de la Biblia: aceite, agua, banquete, camino, fuego, montaña, pan, viña… y así, hasta casi cincuenta.
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SIMIOS APOSTOLES

Pese a la autocomplacencia de muchos de sus cultivadores, no es un secreto para nadie que tanto la crítica de literatura y pensamiento como el llamado periodismo cultural están bajo mínimos, en parte por la precarización de los medios pero también o sobre todo por las evidentes carencias de las plumas que se limitan a ejercer como terminales de propaganda. En este panorama degradado sobresalen tanto más los autores que recogen el testigo de los grandes para combinar el conocimiento y la independencia de criterio, lejos de la corrección y los lugares comunes. Caracterizada como de costumbre por la variedad, la erudición y la ironía, la nueva recopilación de ensayos de Juan Bonilla se abre con una colección de ácidas y chispeantes notas, seguidas de aproximaciones a Unamuno, Kafka y Borges. Reflexiones sobre la fotografía, las humanidades y la ciudad completan un amenísimo volumen donde el jerezano derrocha originalidad, brillantez y frescura, cualidades que han convertido al narrador y poeta en un crítico y articulista ineludible. «Los libros son espejos: No puede un simio que se asoma a ellos esperar que quien salga reflejado sea un apóstol. Lo dijo Lichtenberg, y sin embargo… Quizá los grandes libros son precisamente los antiespejos: muestran a los simios que se asoman que en todos ellos hay algo de apóstol, y sobre todo les recuerdan a los apóstoles que van a contemplarse que al fondo de sus ojos sigue habitando un simio».
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