Autómatas espermáticos es una delirante narración que transcurre esencialmente en la mente de Osmodiar, personaje cuyo hastío y desasosiego existencial nos conducen a una lúcida metafísica del "estar-hasta-los-güevos" de la cotidiana, implacable y en ocasiones divertida batalla de la existencia. Su ontología del asco diario lo lleva a desentrañar de manera punzante aquello que nunca ha soportado, pero sin lo cual le sería imposible saber dónde terminan él y su conciencia y dónde empieza 'lo otro': el mundo mismo y los seres que lo pueblan. Pero se trata aquí de una extensa concepción del mundo que se permite incluir la velada pero firme presencia de potencias que se inscriben en el orden de lo divino y lo sagrado, y que inciden de manera definitiva en los asuntos humanos, sin importar el que los hombres quieran (puedan) reconocerlas o no.
¿Está en crisis la autoridad? Lo escuchamos en lugares y ámbitos muy diversos: la autoridad de los padres y de las madres en la familia; la de los maestros en el ámbito pedagógico; la de los médicos y terapeutas en su práctica clínica; la de los investigadores en el campo del saber científico; la de las jerarquías en las instituciones religiosas. Y sobre todo la de los políticos en el mundo de la política. De hecho, la autoridad siempre ha estado en crisis, especialmente cuando debe justificar en qué se autoriza. Y, cuando esta desfallece, el autoritarismo se convierte en el síntoma de un uso del poder que no puede respetar ya la singularidad de las personas.
En Autoridad y autoritarismo, Miquel Bassols recurre al psicoanálisis como instrumento fundamental para someter a examen la autoridad y las crisis sociales con las que está íntimamente relacionada, y nos plantea los interrogantes y algunas de las claves que sirven para encontrar respuestas a la compleja problemática que es inherente a ella.
Hay uno entre los pecados capitales tradicionales que quizá no debería figurar en la lista, porque muchas personas no lo han experimentado. Es capital, sin duda; pero no tan general como la soberbia, la lujuria, la gula o la envidia. La avaricia, en efecto, no es simplemente el deseo de posesiones, bienes, dinero, honras; hasta ahí se trataría más bien de codicia, no en el sentido original que tenía la cupiditas latina, sino entendida como solemos hoy en español: como un ensayo más o menos serio de empezar a ser avaro. La avaricia es más bien, como dice santo Tomás, immoderatus amor habendi; y esa inmoderación solo puede albergarla el que la está realizando.