Albert Camus se asoma a través de sus personajes a casi todos los abismos del mundo contemporáneo. El Patrice Mersault de La muerte feliz es un trasunto del joven inquieto y audaz que explora los caminos de la felicidad. El Sísifo que desciende a recoger la piedra y el doctor Rieux que trata de aliviar a los enfermos desesperanzados de La peste dejan traslucir sus vivencias y aspiraciones más profundas. El Jean-Baptiste Clamence de La caída es un espontáneo profeta en el desierto del siglo XX porque su creador también lo era, aunque no siempre lo entendieran o le hicieran caso. También son hijos de las incertidumbres espirituales de Albert Camus el Daru que deja libre al árabe de El huésped y el ingeniero DArrast que hace de cireneo en La piedra que crece, y el Kaliayev que retrasa el magnicidio de Los justos para evitar la muerte de unos niños.
Todos ellos, con sus anhelos y sus desazones y sus nostalgias, permiten adentrarse en el alma agitada y generosa de su creador.
Todos ellos son exiliados del Reino.
Todos ellos hacen verosímil la posibilidad de un Camus dichoso.
Un viaje caleidoscópico a través del mar, el arte y la vida. En 1520, Alberto Durero, el artista más famoso del norte de Europa, zarpó ansioso hasta Zelanda, una de las doce provincias costeras de los Países Bajos, para ver por primera vez una ballena. Nadie pintaba o dibujaba el mundo como él y sus representaciones capturaban el frágil espíritu de las bestias, las personas y la naturaleza. Su arte fue una revelación que ha perdurado hasta nuestros días: nos mostró quiénes somos y predijo nuestro futuro.Sin embargo, Durero estaba hundido en la melancolía: acababa de perder el respaldo de su mecenas, el sacro emperador romano, y deseaba conocer mundo. En este momento de su vida, la ballena se convirtió en su ambición final. Esta es la historia de un genio en busca de su propio Leviatán, y nadie mejor que Philip Hoare para relatar este fascinante viaje a través del arte y el mundo que nos rodea y que explora el fuerte vínculo entre la pasión creativa y la naturaleza, desde el taller de un visionario hasta el océano. Desfilan por sus páginas alquimistas medievales y poetas modernistas, emperadores excéntricos, almas rebeldes y artistas proféticos cuyas vidas y aventuras nos llevan a preguntarnos qué es real y qué es fantasía en el arte, y si este tiene el poder de salvarnos.
La obra y la influencia de Alejandra Pizarnik no dejan de crecer. Numerosos lectores en todo el mundo mantienen viva su literatura y cada vez más investigadores se dedican a estudiar a la aún hoy enigmática poeta.
Cristina Piña escribió una primera versión de esta biografía hace treinta años y ahora, en colaboración con Patricia Venti, publican esta edición ampliada con una enorme cantidad de documentación nueva. Las autoras consultaron los diarios completos de la escritora, depositados en la Biblioteca de la Universidad de Princeton, junto con sus cuadernos, borradores, correspondencia y trabajos plásticos; mantuvieron largas conversaciones con amigos de la poeta y, sobre todo, con su hermana, Myriam; viajaron a París para entrevistar a la familia de los hermanos del padre, uno de los cuales alojó a Alejandra en varias ocasiones en su casa de Châtenay-Malabry. También tuvieron acceso a los papeles de Manuel Mujica Láinez y Silvina Ocampo en Princeton, y a los de Djuna Barnes, en la Universidad de Maryland, vinculados con la poeta.