Teodoro de Sykeon fue un monje bizantino nacido en 530 y que vivió en Galacia (Asia Menor), donde también murió en 613. Hijo de una prostituta que prestaba sus servicios en la posta imperial de la localidad, se distinguió desde su juventud por las duras disciplinas a las que se sometió y por sus excepcionales dotes como exorcista. Pasó toda su vida luchando contra el demonio y liberando a personas, animales y hasta las cosechas de las enfermedades y males causados por el maligno, lo que le proporcionó una enorme popularidad. Consagrado obispo de una ciudad vecina a los dieciocho años, su fama hizo que fuese llamado varias veces a la capital del Imperio, Constantinopla, así como a otras ciudades, incluida Jerusalén, para poner sus dotes de exorcista al servicio de emperadores, patriarcas y altos cargos de la corte.
¿Qué es la «vida líquida»? La manera habitual de vivir en nuestras sociedades modernas contemporáneas. Se caracteriza por no mantener ningún rumbo determinado, puesto que se halla inscrita en una sociedad que, por su carácter líquido, no mantiene por mucho tiempo una misma forma.
Lo que define nuestras vidas es, por lo tanto, la precariedad y la incertidumbre constantes. Y el motivo de preocupación que más obstinadamente nos apremia es el temor a que nos sorprendan desprevenidos, a no ser capaces de ponernos al día de unos acontecimientos que se mueven a un ritmo vertiginoso, a pasar por alto las fechas de caducidad y vernos obligados a cargar con bienes u objetos inservibles, a no captar el momento en que se hace perentorio un cambio de enfoque y quedar relegados.
Apenas conocida entre nosotros, pero muy célebre y controvertida en la Francia de la segunda mitad del siglo XIX, donde su desprejuiciada condena de la religión causó un tremendo impacto, Louise Ackermann ha dejado un rastro ambiguo en el que conviven la admiración y el escándalo. Rebelde, transgresora, descreída e incómoda, la pensadora y poeta parisina fue motejada de «Satán femenino» por su desusada profesión de impiedad, pero incluso sus detractores, como el muy católico Barbey d’Aurevilly, reconocieron su audacia y sobre todo su valía literaria. La obra de Ackermann llevó a cotas máximas de osadía la tradición del libre pensamiento, amparada en múltiples lecturas —Lucrecio y su maestro Epicuro, Spinoza, Shelley o Proudhon estuvieron entre sus autores de cabecera— y el propósito de ensalzar un «humanismo comprometido» frente a las fabulaciones de los credos consoladores. Acogida a una soledad radical, grata a su «indomable individualidad», Ackermann fue mucho más allá de lo que se esperaba de la literatura escrita por mujeres para defender la ciencia y el progreso desde una moral austera pero combativa, opuesta a los misterios del dogma. Al cuidado de Francisco Socas, que acompaña el texto de una extensa y ponderada introducción crítica, esta primera edición española de su obra reúne la breve autobiografía Mi vida, los Poemas filosóficos, los Pensamientos de una mujer solitaria y otros extraídos de su Diario. Todos ellos dan cuenta de la singularidad y la fuerza de una escritora excepcional, aplicada a la impugnación de lo que su traductor ha llamado las «industrias del miedo».