En plena marcha victoriosa de su regimiento de infantería por territorio de Francia, en 1944, el soldado Leroy Stewart no pensaba en la gloria ni en la muerte. Estaba preocupado por su ropa interior: Cuando empezamos a caminar, tuve un problema nuevo: los calzoncillos me incomodaban. Se me subían todo el tiempo. Los recuerdos del teatro de operaciones de la Segunda Guerra Mundial están plagados de comentarios similares: los pies congelados, el estómago vacío, los dedos azules de frío que apenas podían accionar el gatillo, la diarrea vergonzante. Para millones de soldados, la vida en Europa era una calamidad que parecía no tener fin. Sus ojos contemplaban horrores insólitos, en el oído retumbaban ruidos desconocidos y la nariz detectaba olores insoportables. ¿Cómo era realmente estar ahí?
A partir de un archivo enorme de memorias, testimonios epistolares, caricaturas de la época, documentos y entrevistas, Mary Louise Roberts aborda la experiencia de los Aliados a partir del seguimiento casi etnográfico de un puñado de batallones de infantería. Desde una perspectiva pegada al ras del suelo, reconstruye la cotidianidad de los soldados, sometidos a las condiciones más extremas, y revela el padecimiento físico y mental de esas mayorías de jóvenes que no tenían la menor idea del panorama más amplio de la contienda, ni de por qué estaban donde estaban, y vivían pendientes de la comida, los zapatos que dolían, la ropa húmeda o mojada durante días, la suciedad, y expuestos a las enfermedades, las heridas, los cadáveres. En ese contexto hostil, reclutados y entrenados como cuerpos obedientes al servicio de una causa mayor, los soldados forjaban vínculos de solidaridad y un lenguaje común para dar sentido a situaciones intolerables y resistir incluso a la disciplina militar. Así, en un relato salpicado de voces y anécdotas, la autora va mostrando las contraseñas de ese código compartido y las estrategias a las que recurrían para preservar algo de su condición humana.