Las escuadras de La Habana y Jamaica estaban destinadas a enfrentarse. La primera buscaba defender la flota presta a zarpar desde Nueva España con extraordinarias cantidades de oro, plata, y valiosas mercaderías, imprescindibles en España. La segunda intentaría a toda costa capturarla, cumpliendo así el designio de su almirante. El 12 de octubre de 1748, al este de La Habana, sobre la zona de Boca de Jaruco y Santa Cruz del Norte, se produjo el combate, seguramente el más importante en lo que iba de siglo en aguas cubanas. Andrés Reggio y Charles Knowles como máximos oficiales pusieron en valor lo mejor de sus conocimientos, secundados por valiosos oficiales, marineros y militares altamente capacitados en el arte de la guerra en el mar. Vencedores y vencidos son etiquetas que no siempre evidencian la esencia de una batalla y mucho menos el valor de los que la libraron. Si algo se pretende enfatizar es el coraje y el honor de los hombres que tomaron parte en el lance.
En abril de 1775, la revuelta de las trece colonias estadounidenses contra la metrópoli británica fue como un disparo que, en expresión de Ralph Waldo Emerson, se escuchó en el mundo entero: comenzaba entonces una guerra que en pocos años condujo a la independencia de Estados Unidos; a su vez, en 1789, Francia tomaba el testigo revolucionario y pronto terminó con el Antiguo Régimen y una monarquía milenaria. Los ideales ilustrados de progreso, libertad e igualdad abrían de este modo perspectivas inusitadas al género humano que solo quedaron detenidas en 1799 con el acceso de Napoleón al poder. Los avances técnicos y científicos ponían en entredicho tradiciones y viejas supersticiones; la razón reemplazaba los dogmas de la religión; los grandes viajeros traían noticias de lejanos escenarios y modos de vida exóticos; los filósofos ideaban nuevas formas de contrato social y músicos como Mozart creaban obras inmortales mientras se rebelaban contra las tutelas de los poderosos. Pero ¿qué pensaban y sentían en este acelerado periodo personajes como María Antonieta o Robespierre?, ¿qué bullía en la mente de autores como Goethe, Schiller o Mary Wollstonecraft?, ¿qué ideas tenía el presidente George Washington sobre la esclavitud?, ¿cómo se produjo el motín del Bounty en el Pacífico Sur y qué consecuencias tuvo? Esta obra extraordinaria refleja las andanzas y peripecias de innumerables personajes que protagonizaron este momento estelar de la humanidad: artistas, escritores, políticos, pensadores, aventureros, viajeros, visionarios y algunos farsantes, todos ellos contribuyeron a crear los fundamentos y valores de un mundo que es también el nuestro.
Este tercer volumen dedicado a los años 1942-1944 de la historia de la Segunda Guerra Mundial, que se compondrá de cuatro libros, describe el periodo en que los Aliados detiene finalmente el avance del eje y comienzan a ganar terreno de forma significativa.El cambio se inició en la Unión soviética. con la épica batalla de Stalingrado y el comienzo de la retirada alemana hacia el oeste, y acabó en Berlín dos años más tarde. En África, la derrtoa del poderoso Africa Korps de Rommel a manos de 8º. Ejército del general Montgomery constituyó el principio del fin del Eje en África. en el extremo Oriente, la dura lucha con los japoneses continuó pero ya a favor de los ejércitos de los Aliados. Y en la Europa continental, los Aliados finalmente afianzaron sus posiciones con la invasión y la rendición de una de las principales potencias del Eje como era italia. Este volúmen sobre la Segunda Guerra Mundial es un libro que ofrece también más de 200 fotografías y 25 documentos de gran valor.
En el año 1907, el explorador anglo-irlandés Ernest Shackleton se embarcó en una nueva aventura antártica. Había iniciado su experiencia polar años antes, como tercer oficial de Robert F. Scott, con quien participó en 1902 en el primer intento por alcanzar el Polo Sur. No fue posible, pero aquella aventura volvió a atraer la atención de la sociedad británica hacia las regiones polares y cambió para siempre el rumbo de la vida de Shackleton. Tal fue su fascinación por la Antártida que nada más regresar decidió volver y, en este caso, liderando su propia expedición. El fin último volvería a ser alcanzar Polo Sur Geográfico, aunque también se llevó a cabo un extenso programa científico, que incluiría la exploración geográfica de diversas zonas de interés, como el ascenso al desconocido volcán Erebus y la localización del Polo Sur Magnético.
Incluso el más ordinario de los objetos puede contar una historia espectacular.
Un cuchillo adornado con una esvástica y la cabeza de un águila. Cuando era niño, Joseph Pearson estaba aterrorizado por el arma que colgaba de un gancho en el sótano de su abuelo, un trofeo arrebatado al enemigo en la batalla.
Cuando más tarde heredó el cuchillo, descubrió una historia mucho más inquietante de lo que jamás podría haber imaginado. Para entonces Joseph Pearson –que vivía en Berlín, convertido en escritor e historiador cultural- se sintió atraído por otros objetos de la era nazi: un diario de bolsillo, un libro de recetas, un instrumento de cuerda y una bolsita de algodón. Cada uno perteneció a un veinteañero durante la segunda guerra mundial –un chico del campo, un joven melancólico, una cocinera, un músico herido en el frente y un superviviente– y se embarcó en un viaje para iluminar sus historias antes de que desaparecieran de la memoria viva.
Una historia de detectives y un relato apasionante de la búsqueda de respuestas de un historiador, El cuchillo de mi abuelo es a la vez una conmovedora meditación sobre la memoria y una aportación única a nuestra comprensión de la Alemania nazi. A través de una investigación rigurosa y una hermosa prosa, Joseph Pearson ilumina la historia a menudo oscura del siglo XX al dar vida a lo que esconden objetos cotidianos en manos de gente común.
La población del Imperio romano construyó la divinidad de los emperadores y miembros de su familia a través de una gran variedad de prácticas que hoy identificamos como “culto imperial”. Su desarrollo temporal se sitúa desde la instauración del Principado por Augusto (27 a. C.) hasta la conversión al cristianismo del emperador Constantino en 312, si bien su declive es un proceso lento y progresivo que se prolonga hasta la Antigüedad Tardía (siglos iv-v). Hoy se ha superado la visión del culto imperial como mera vía de legitimación política y expresión de lealtad hacia el emperador, y los historiadores resaltan el papel que jugó en la política de consenso impulsada por el Estado romano para gobernar su Imperio./p> Esta obra está planteada como un estudio de conjunto sobre el culto imperial en el que religión y política están profundamente imbricadas y cuya evolución es indisociable de la comunidad donde se implanta, bien sea Roma, las provincias o las ciudades y comunidades del Imperio. Marta González Herrero es profesora titular en el área de Historia Antigua del Departamento de Historia de la Universidad de Oviedo.