Marjan Bouwmeester demuestra que la soledad forma parte del ser humano y esclarece las formas en las que este sentimiento puede aflorar a lo largo de nuestra vida.
La palabra «soledad» está en boca de todos. Mientras los responsables políticos adoptan medidas para «combatir» la de los ancianos aislados y la de los jóvenes gamers, el concepto no recibe la profunda exploración que se merece. En El cielo vacío, la filósofa Marjan Bouwmeester se ocupa precisamente de esto.
Así, presenta la soledad como la sensación de tristeza que sufrimos cuando experimentamos una falta de conexión. Sin embargo, la soledad también saca a relucir importantes talentos humanos, pues, al fin y al cabo, cuando uno se siente solo, sufre por la ausencia de algo y ha de esmerarse para superar el sufrimiento o para reparar la pérdida.
Bouwmeester nos lleva a pasear entre las líneas de grandes pensadores como Blaise Pascal, Daniel Dennett y Simone de Beauvoir, y complementa sus reflexiones sobre la condición humana con referencias a novelas, películas y canciones famosas. Con gran precisión, establece sorprendentes vínculos entre la soledad, el miedo escénico, las máscaras, los selfis, los viajes espaciales y los baños de mujeres. Y lo hace con David Bowie como guía estrella que sabe a la perfección cómo actuar ante una pérdida inevitable.
Después de «Ser y tiempo», Martin Heidegger encontró en los griegos la inspiración de su «camino del pensar». No solo rememoraba así la vuelta a Grecia de un Friedrich Hölderlin, sino que adoptaba el gesto radical de Friedrich Nietzsche, quien buscó recuperar la filosofía trágica de los griegos anterior a Sócrates. En los presocráticos verá también Heidegger esa alba de la filosofía cuya comprensión del mundo y del lenguaje fue olvidada por la metafísica occidental. Las lecciones aquí editadas fueron impartidas en el semestre de verano de 1932. En ellas, al hilo de los fragmentos, se da una interpretación de dos de los pensadores presocráticos más significativos en «el comienzo de la filosofía occidental». La célebre «Sentencia de Anaximandro» y el no menos famoso «Poema de Parménides» son textos fundacionales del discurso filosófico en los que ocupan un lugar central, por primera vez, nociones como Justicia, Verdad o Ser.
En este ensayo, Byung-Chul Han relee a Heidegger en todas sus etapas como la reivindicación de un mundo cordial.El corazón, según certera aclaración de H¶lderlin, es el órgano que permanentemente hace fluir y refluir, desencontrarse y reencontrarse en asimilaciones y emisiones, en apropiaciones y enajenaciones, esas corrientes de vida que son los flujos sanguíneos canalizados por arterias y venas.Ya en terminología de Heidegger, el corazón sería una metáfora de esa intersección de cercanía y lejanía en la que temporalmente se hacen consonar las disonancias para hacerlas amables: el mundo como una confluencia habitable, pero que constantemente hay que estar construyendo, del sepultador cerramiento de la tierra y la inhóspita apertura del cielo. Si Ser y tiempo, la primera obra capital de Heidegger, se suele leer como un redescubrimiento del mundo y de la vida pensados del hombre, en este ensayo Byung-Chul Han relee al filósofo alemán en todas sus etapas como la reivindicación de un mundo cordial. En este canto a la afabilidad, Han pone a Heidegger en fecundo diálogo con la tradición filosófica alemana, la fenomenología francesa y la literatura contemporánea.
En mayo de 1880, Édouard Manet viaja a la clínica Materne, cerca de la costa oeste de Francia, para tratar la enfermedad circulatoria que paralizaba poco a poco sus piernas. Tres años, varios ingresos, una gangrena y una amputación más tarde, el pintor, figura clave en los inicios del impresionismo, fallecía en su casa de París. Pero hasta entonces siguió capturando incansablemente su mundo en bocetos, en pinturas al óleo y al pastel… y en un diario personal. Este diario. En El cuaderno perdido de Édouard Manet, la novelista Maureen Gibbon, una de las mayores conocedoras de la vida y obra del artista, imagina un diario privado escrito entre abril de 1880 y marzo de 1883. Un diario en el que Manet confiesa ―primero con timidez y orgullo herido, con frustración y pena conforme se le agotan las páginas y los días― sus miedos y sus anhelos como artista incomprendido, como amante pasional y también, muy a su pesar, como enfermo que se aproxima a la muerte. El diario es, por encima de todo, un testimonio de una manera de ver el mundo única: delicada, fantástica e increíblemente sensorial; impresionista por naturaleza. Una historia sobre la vida, la muerte y el arte como único refugio posible frente a ellas.
En el punto álgido de la Segunda Guerra Mundial, cuatro mujeres comenzaron sus estudios en la universidad de Oxford: una católica conversa extremadamente brillante; una chica de buena familia que anhelaba escapar del asfixiante ambiente en el que había sido criada; una ferviente comunista aspirante a novelista con una lista de pretendientes más larga que su brazo, y la cuarta: una tranquila y desordenada amante de tritones y ratones que se convertiría en una gran intelectual pública de su tiempo. Se hicieron amigas de por vida. En ese momento, solo un puñado de mujeres había hecho de la filosofía su modo de vida. Pero cuando la mayoría de los hombres de Oxford fueron reclutados en la guerra, todo cambió.
Mientras Elizabeth Anscombe, Philippa Foot, Mary Midgley e Iris Murdoch trabajaban para hacerse un lugar en un mundo dominado por hombres, mientras construían sus amistades y familias, mientras se acercaban y se alejaban entre ellas, siempre defendieron que algunas maneras de vivir son mejores que otras. Las diferencias en el ámbito de la filosofía moral que marcaron sus aportaciones provocó el cambio más importante en la disciplina durante más de un siglo, reemplazando la árida escolástica por una vuelta a las discusiones sobre la bondad, la virtud y el carácter.
¿Qué es la lucidez? ¿Qué ventajas tiene el pensamiento lúcido? ¿Por qué nos engañamos, o engañamos a otros? ¿Qué relación hay entre lo que sentimos y lo que pensamos? La verdad, tan cuestionada, ¿es realmente versátil, manejable, modificable por un "cambio de opinión", o se mantiene en su posición, impertérrita, mientras tratamos de desconfigurarla según nuestros intereses? Tras doce años de trabajo combinando ciencia, filosofía y arte, el autor nos ofrece un libro ameno y riguroso, que proporciona esperanza y lucidez ante la pandemia relativista.