Durante gran parte de la historia, las sociedades han oprimido violentamente a las minorías étnicas, religiosas y sexuales. No es de extrañar que aquellos que abogan por la justicia social llegaran a pensar que los miembros de los grupos marginados necesitan sentirse orgullosos de su propia identidad para poder hacer frente a la injusticia.
Pero, en las últimas décadas, lo que empezó como un sano aprecio por la cultura y el patrimonio de los grupos minoritarios se ha transformado en una contraproducente obsesión por la identidad grupal en todas sus formas. En poco tiempo ha surgido una nueva ideología que reprime el discurso, denigra la influencia mutua como apropiación cultural, niega que los miembros de grupos distintos puedan llegar a entenderse de veras, e insiste en que la forma en que los gobiernos tratan a sus ciudadanos ha de depender del color de su piel.
Pocos personajes históricos despiertan un interés tan universal como este extraordinario caudillo de la paz, que fue llamado Mahatma («Alma Grande») Gandhi, líder del movimiento nacionalista de India y organizador de la resistencia civil contra la dominación inglesa. Es sin lugar a dudas el profeta de una vida liberada que extiende su ascendiente sobre millones de seres humanos de todo el mundo en razón de su heroísmo, excepcionales virtudes y por su vida ejemplar. Siempre habrá alguien que encontrará en tan raro ejemplo de santidad la señal de una fortaleza y una severa realidad que no se encuentran en una vida de común benevolencia, moralidad convencional y vaga afectación ascética, que es todo cuanto muchos maestros pueden ofrecer.
La obra de un discípulo adelantado de Maquiavelo y Gracián que sabe que, una vez perdida la dignidad, solo queda el arte de la apariencia; el cinismo en estado puro. Un agudo estudio del poder en todos sus aspectos. «Conócete a ti mismo», «Conoce a los demás», «Simula y disimula». ¿Qué sentido tienen en la actualidad estos tres inseparables mantras de Mazarino, al que habría que añadir el muy representativo de la clase política: «Nunca te fíes»? El cardenal Mazarino, personaje imprescindible para entender la monarquía absoluta de Luis XIV, conocido como el Rey Sol, no ha sido reconocido en la historia de acuerdo con sus méritos. En esta obra se nos desvela el diplomático, estratega y solucionador de conflictos, quien, a pesar de su origen, logró ascender hasta ser uno de los hombres más poderosos de Europa en su momento. Mazarino dejó escritas sus filias, fobias, miedos y, sobre todo, demostró ser un verdadero maestro del arte del disimulo; una danza entre la ocultación y el sigilo para la que es necesaria inteligencia y prudencia, virtudes que también son propias de los grandes estrategas empresariales y de cualquiera que aspire a formar parte del teatro del poder.
Entre el siglo I a. C. y el II d. C. varios millones de personas de clase media y baja constituyeron la plebe romana. Su historia suele permanecer en la penumbra. En este retrato, Nicolas Tran privilegia a estos habitantes ?ordinarios?.
Desde su aparición, el Homo sapiens ha sentido miedo y asombro ante la inmensidad y el poder de la Naturaleza. De este maravillarse surgieron la pregunta sobre el enigma de su existencia y el sentimiento de lo sagrado. En el curso de su historia, los humanos no sólo han organizado progresivamente la vida social en torno a mitos y religiones, sino que también han desarrollado una dimensión evolutiva espiritual única para afrontar las grandes cuestiones del mundo.
Pero ¿por qué el sapiens es también un Homo spiritus: el único animal que busca dar sentido a su vida, practica rituales funerarios y cree en fuerzas invisibles? ¿Por qué el ser humano es el único animal que ha desarrollado un pensamiento simbólico, un lenguaje abstracto e inventado grandes relatos colectivos?
El escritor bestseller Frédéric Lenoir responde a estas preguntas esenciales y muestra, a lo largo de este viaje en el tiempo, la correlación entre las grandes revoluciones espirituales y las convulsiones de las sociedades humanas: desde la sedentarización hasta el mundo conectado, pasando por el nacimiento de las ciudades, las civilizaciones, los imperios y la modernidad.
En el siglo XX, el socialismo real pretendía instaurar una sociedad sin mercados donde la persona se reducía a mera materia socialmente reproducible. Ahora, en la tercera década del siglo XXI, el liberalismo tecnicista propugna un mercado sin sociedad. Para esta visión materialista y tecnicista la capacidad de transformación de la realidad por el ser humano no tiene límites. Dicho en otras palabras, la libertad humana no tiene límites. Es pura voluntad de poder ilimitado. Lo cual plantea el siguiente dilema: si el socialismo real, al negar la capacidad fabril de la persona, destruye lo social, ¿no destruirá el liberalismo tecnicista con su negación de los principios metafísicos de la libertad, la libertad individual misma?