Es junio de 2016, y el mundo de Carmen Romero se desmorona. Miguel su hermano, de solo veintiséis años, militar de profesión se quita la vida al saltar por la ventana de la casa familiar mientras ven juntos El Padrino. Todo ocurre muy rápido; tanto que las cosas que hasta entonces tenían sentido dejan de tenerlo. Carmen cree vivir en una ficción: policía, vecinos, médicos, ambulancias y hasta su madre y su hermana participan del rodaje de una película en la que nadie dice: «¡Corten!».
Así comienza el relato de la humorista Carmen Romero, quien, tras el suicidio de su hermano, entra en estado de shock. Para reconectar consigo misma, Carmen comienza a tantear las dimensiones de la tristeza hasta que, de forma inesperada, irrumpe el humor. Solo entonces comprende que la única forma de agarrarse a la vida pasa por afrontar la muerte desde un lugar alejado del tabú, el silencio y el miedo.
Once hermanos intercambian mensajes acerca de la situación de su padre, que en la ancianidad establece vínculos escandalosos y ostenta conductas que no solo ponen a prueba el afecto de sus numerosos hijos, sino que también activan los recuerdos y obstinaciones de cada cual, dando paso a la manifestación -enfática, divertida, exasperante- de las diferencias que tienen, las deudas y los rencores que se guardan.
Cruzando voces y cambiando de perspectiva con destreza, Rafael Gumucio ofrece con Los parientes pobres una novela donde el fresco que viene construyendo hace tres décadas sobre los modos chilenos de establecer relaciones encuentra uno de sus puntos más altos. La historia de un patriarca caído que es también el relato de generaciones desencontradas, una comedia que es también un drama, una competencia de voces que se confunden y se distancian, que se buscan y se burlan hasta encontrarse o alejarse para siempre.
Un viejo periodista decide festejar sus noventa años a lo grande, dándose un regalo que le hará sentir que todavía está vivo: una jovencita virgen y con ella «el principio de una nueva vida a una edad en que la mayoría de los mortales están muertos».En el prostíbulo llega el momento en que ve a la mujer de espaldas, completamente desnuda. Ese acontecimiento cambia su vida radicalmente. Ahora que conoce a esta jovencita se encuentra a punto de morir, pero no por viejo, sino de amor.Memoria de mis putas tristes es una conmovedora reflexión que celebra las alegrías del enamoramiento, las desventuras de la vejez y sobre todo lo que sucede cuando sexo y amor se juntan para darle un sentido a la existencia.
Aceptarse no es tarea fácil, y menos en una sociedad llena de prejuicios y expectativas. Anabel, que sabe que cuando sea mayor va a usar silla de ruedas, te cuenta cómo es vivir en un cuerpo que no la va a acompañar como ella quiere.
Reflexiona sobre lo que se espera de nosotros y lo que en realidad somos, sobre el daño que causan las etiquetas, poniendo su experiencia al servicio de todos los que algún día se sintieron señalados y diferentes.
Este libro pone en valor todo lo que somos más allá de las apariencias y da un halo de esperanza a todas esas personas que se encuentran en el camino hacia la autoaceptación. Con sinceridad, humor y optimismo, Anabel comparte sus secretos sobre cómo entiende la vida y cómo ha conseguido hacer de la adversidad una oportunidad.
Continúa el camino de Sempiterno, un acercamiento personal y afectivo a cada día que nos toca en suerte.
Una preciosa continuación a Sempiterno, su cautivador libro objeto, tras la que Defreds nos propone su prolongación bajo el signo del Amanecer.
Organizado por partes tituladas como los libros que ha ido publicando el autor hasta la fecha, Defreds rinde un particular homenaje al devenir de su vida y su trayectoria, desde aquel Casi sin querer, que lo descubrió al mundo, como el reciente y delicioso Siempre. Cada línea de sus escritos señala su evolución como persona y como creador, sus afectos, inquietudes, ilusiones y el reto de cada día, acompañados por las ilustraciones de Naranjalidad que tanto gustan a sus seguidores.
En este título, Osho observa la felicidad, y lo que entendemos por felicidad, desde todos los ángulos posibles, y desmonta el espejismo del mundo actual, donde buena parte de la humanidad tiene cubiertas las necesidades materiales básicas pero no es feliz.
Cuando nos apegamos a la felicidad, negamos la dualidad de la experiencia humana. Confundimos el placer con la felicidad, lo que nos aleja de la posibilidad de vivir la auténtica experiencia que nos proporcionaría una vida plena.
La búsqueda de la felicidad es intrínseca al ser humano, y en ese camino las drogas no han sido ni son una solución. La felicidad, nos explica Osho, es el resultado de vivir la vida en su totalidad, sin necesidad de estar constantemente escogiendo y rechazando.
La gran paradoja es que la felicidad no puede buscarse. La auténtica búsqueda es la de la verdad, y es entonces cuando hallamos la felicidad.