En los quince relatos que componen esta nueva obra del laureado escritor Edwin Disla, la realidad se superpone a la fantasía y casi siempre está presente la figura espectral de la muerte. En las historias sobresalen las tragedias, como las griegas que, según Aristóteles, llevaban a los personajes a situaciones extremas del alma y de las emociones. En las de Disla, un médico se transforma en truhan; un escritor marginado muere en un asilo viendo alucinaciones; un abogado rico, debido a su vida de Casanova, termina arruinado; unos personajes se envuelven en los mitos y en las leyendas de las botijas; una mujer, obsesionada por un amor imposible, se lanza del balcón de un decimosexto piso; un sicario tiene que mantenerse huyendo porque sus excompañeros pretenden matarlo; un reportero de la guerra sandinista comparte su oficio, sin saberlo, con un enviado de la odiada CIA; un gobernador de provincia y sus cuatro acompañantes, son secuestrados sin causa aparente; un moreno, parecido a King Kong, amanece de repente convertido en un dandi blanco y rubio, hecho que lo conduce a vivir sucesos extraordinarios; un coronel es envenenado por pretender investigar el antiguo crimen de un sacerdote; una ninfómana provoca que un doctor moralista asesine al vecino; la peste, relato que da el título a esta obra, causa la muerte de la mitad de la población dominicana; un ingeniero, para su sorpresa, se encuentra con el autor material de la matanza más grande escenificada en su pueblo natal, Mao, Valverde; un admirado profesor, el alcohol y las drogas lo convierten en mendigo; y, por último, la fan más fiel y apasionada de Sandro, Mireya, lo sigue hasta Buenos Aires, donde muere.
Aunque a veces estos relatos no se ajustan al modelo tradicional —monotemático, brevedad, narrador único y escaso de personajes—, son indudables las influencias de los maestros del género: Juan Bosch, Julio Cortázar y Ernest Hemingway. Para Aristóteles, los espectadores griegos, por medio de la tragedia, podían comprender mejor el tipo de comportamiento que debería llevar el ser humano para redimirse. ¿Acaso es lo que Edwin Disla persigue con esta obra? El lector, cuando termine de leerla, lo descubrirá.