Así describe el poeta venezolano Rafael Cadenas (1930) el modo vacilante con que llegó al principio a la obra de Rainer Maria Rilke, protagonista absoluto de este libro que es a la vez homenaje, lectura crítica y testimonio de una afinidad electiva -y espiritual- que se ha prolongado durante décadas. La escritura de Cadenas, siempre intensa y austera, se afila todavía más en los poemas que articulan este diálogo conmovedor y lleno de fuerza con el autor de Elegías de Duino, uno de los poetas centrales del siglo xx.
Publicado originalmente en 1966, A sangre fría consagró a Truman Capote como uno de los grandes escritores de la narrativa norteamericana del siglo XX. Con un pie en el periodismo y otro en la literatura, relata el asesinato de los cuatro miembros de la familia Clutter, en Kansas, el 15 de noviembre de 1959, y el destino de los dos responsables de las muertes: Dick Hickcock y Perry Smith.
Capote se sumerge en la vida del tranquilo pueblo, esboza los retratos de las víctimas, acompaña a la policía en las pesquisas que condujeron al descubrimiento de los asesinos y, sobre todo, se concentra en los criminales hasta construir dos personajes magistrales, a los que llegamos a conocer en profundidad.
El 15 de noviembre de 1959, en un pueblecito de Kansas, los cuatro miembros de la familia Clutter fueron salvajemente asesinados en su casa. Los crímenes eran aparentemente inmotivados, y no se encontraron claves que permitieran identificar a los asesinos. Cinco años, cuatro meses y veintinueve días más tarde, el 14 de abril de 1965, Dick Hickcock y Perry Smith fueron ahorcados como culpables de las muertes en la penitenciaría del estado de Kansas.
A partir de estos hechos, y tras realizar largas y minuciosas investigaciones con los protagonistas reales de la historia, Truman Capote dio un vuelco a su carrera de narrador y escribió A sangre fría, la novela que le consagró definitivamente como uno de los grandes de la literatura norteamericana del siglo XX. Capote sigue paso a paso la vida del pequeño pueblecito, esboza retratos de los que serían víctimas de una muerte tan espantosa como insospechada, acompaña a la policía en las pesquisas que condujeron al descubrimiento y detención de Hickcock y Smith y, sobre todo, se concentra en los dos criminales psicópatas hasta construir dos personajes perfectamente perfilados, a los que el lector llegará a conocer íntimamente.
El día en que murió su tía, Clementine sintió que todo su mundo se desmoronaba. Desde entonces, su mayor reto ha sido descubrir cómo seguir adelante.
Para proteger su corazón, elabora un plan: trabajar duro, encontrar a alguien decente de quien enamorarse e intentar alcanzar la luna. Esto último es absurdo y completamente metafórico, pero su tía siempre decía que hacía falta al menos un gran sueño para avanzar.
Durante el último año, ese plan ha funcionado. Más o menos. Lo del amor es complicado porque no quiere encariñarse demasiado con nadie; no está segura de que su corazón pueda soportarlo.
Hasta que se encuentra con un desconocido en la cocina del apartamento de su difunta tía. Un hombre de mirada amable, con acento sureño, y que tiene debilidad por las tartas de limón. Alguien por quien, en otras circunstancias, habría perdido la cabeza. Y puede que lo haga de nuevo.
El problema es que él vive en el pasado; exactamente siete años atrás. Y para él, ella está a siete años de él.
Su tía siempre le dijo que ese apartamento tenía algo mágico, que era como un punto de encuentro en el tiempo, un lugar donde los momentos se entremezclaban como pinceladas de acuarela. Y Clementine sabe que, si se enamora, estará condenada.
Porque, en el fondo, el amor no es cuestión de tiempo, sino de encontrar el momento perfecto.
Apolo Hidalgo está emocionado por enfrentarse a una nueva etapa de su vida: la universidad. Su sueño es estudiar psicología y ayudar a los demás. Sin embargo, esa ilusión se rompe cuando es atacado y golpeado en un callejón durante una noche lluviosa e, irónicamente, así es como la conoce a ella. A Rain.
La chica del paraguas lo salva, y se le queda grabada en la memoria. Cuando finalmente se vuelven a encontrar, Apolo queda todavía más prendado de Rain y, a través de ella, conoce a Xan, el dueño de un café donde pasan el rato.
A medida que los tres se conocen, Apolo se dará cuenta que Rain y Xan ocultan mucho más de lo que uno se puede imaginar.
Apolo es un chico lleno de buenas intenciones, pero eso, en la vida, no es garantía de nada... especialmente en el amor.
Raquel lleva toda la vida loca por Ares, su atractivo y misterioso vecino. Lo observa sin ser vista desde su ventana y es que, muy a su pesar, no han intercambiado ni una triste palabra. Lo que Raquel no sabe es que eso está a punto de cambiar...
Ares comenzará a cruzarse en su camino hasta en los lugares más inesperados y descubrirá que, en realidad, Raquel no es la niña inocente que creía.
Ahora, Raquel tiene muy claro su objetivo: conseguir que Ares se enamore de ella. Por supuesto, no está dispuesta a perderlo todo por el camino, y mucho menos a sí misma...