De niña, a Inge Schönthal la llaman Ingemaus, «ratoncita». Pero no hay nada diminuto en ella. Crece en la Alemania nazi, en un cuartel de Gotinga, después de que su padre se vea obligado a huir por ser judío. Comparte techo con su padrastro y con Trudel, su madre: terca, explosiva y extrema. Muy pronto, el régimen la marca como extranjera en su propia tierra. El director de la escuela la expulsa por ser mestiza, pero Inge sabe que Gotinga no es su destino, sino una estación de paso. Tiene lo que en yidis llaman chuzpe: una audacia irreverente, mezcla de arrojo e insolencia, que la empuja siempre hacia adelante.
Y así, con apenas veinte años, hace autostop hasta Hamburgo. Allí aprende fotografía sobre la marcha y, en poco tiempo, se mueve con naturalidad entre editores, periodistas y fotógrafos. Trabaja para la revista feminista Constanze, su pasaporte al mundo de la modernidad, y se sumerge en el vibrante Hamburgo de la posguerra.
Pronto cruza el Atlántico y se hace un nombre en el fotoperiodismo estadounidense. Se codea con Richard Avedon, Erwin Blumenfeld y John Rawlings. Retrata a Greta Garbo, Anna Magnani, Billy Wilder, Winston Churchill. Viaja sin descanso: Cuba, Brasil, Ghana. Pero sus mayores exclusivas están aún por llegar: Ernest Hemingway y Pablo Picasso. Perseguir imágenes la lleva a encontrar algo más: una forma de estar en el mundo.