Las hermanas Mirabal regresaban a Salcedo después de haber visitado a sus esposos en Puerto Plata. Nuestros hombres las esperaban un poco más distante. Las hermanas Mirabal venían con un hombre: el chofer del jeep Rufino de la Cruz. Al ser interceptadas una de ellas se zafó momentáneamente de sus apresadores y pidió ayuda a la gente de un vehículo que pasaba por casualidad. Ni Trujillo ni yo ibamos a tolerar más aplazamientos. Las muchachas fueron apresadas y llevadas a un camino secundario y desierto que cruzaba la carretera principal. Allí cada uno de los hombres las ultimó a palos; pero se presentó un incidente que pudo haber fracasa-do la operación. Ante la belleza de Maria Teresa, con el vestido desgarrado y luchando por su vida, pretendió gozar a la muchacha. La mujer se defendió como una leona y le grito: “¡Podrás - asesinarme; pero jamás gozarme!
Entre la teoría y la práctica hay un abismo que solo la experiencia cruza. La arquitectura no solo se aprende en los libros, sino en la obra, en la negociación con clientes imposibles, en la lucha contra presupuestos que nunca alcanzan y en cada decisión que convierte un dibujo en un espacio habitable.
Éste es Ramón Saba, quien se autodefine como “un ermitaño que ama la soledad; pero compartida con buena literatura y buena televisión”. Y es que nuestro bardo se nutre de la literatura exquisita y depurada; y como caballero andante cabalga sobre su corcel, mientras pulsa su lira para armonizar con mágicos acordes clásicos o modernistas la prosa de su canto y la melodía de sus versos. Mi maestro es un prestidigitador de palabras y un dignificador de lo ruin; quien con inusitada destreza pinta de vívidos colores cada fonema del lenguaje, construyendo imágenes que seducen el alma y
conmueven la razón.