Las huellas es una tetralogía compuesta por las novelas Los muertos, Los huérfanos, Los turistas y Los difuntos, que hasta ahora se habían leído por separado. La publicación en un solo volumen de las cuatro ficciones revela que se trata de un único proyecto literario de alto nivel conceptual y estético. Una novela en cuatro partes que se plantea preguntas importantes: ¿Cuál es nuestra relación, intelectual y emocional, con los no humanos? ¿Y con las pantallas que nos envuelven? ¿Cuáles son los mecanismos de la amistad, el deseo y el duelo? ¿Las políticas de la memoria llevan a la ultraderecha cuando eclipsan las narrativas de futuro? ¿Cómo se relacionan la utopía con la distopía? ¿Por qué el turismo de masas se ha convertido en la energía que mueve el mundo? ¿Cómo pueden la literatura y el arte más ambiciosos representar las contradicciones de nuestra época? Jorge Carrión ensaya algunas respuestas a esas cuestiones y, sobre todo, insinúa muchas otras preguntas en 700 páginas desafiantes, de una rabiosa originalidad.
En esta historia basada en hechos reales, Joyce Carol Oates sigue los pasos de un médico que en el siglo XIX sometió impunemente a una gran cantidad de mujeres a operaciones grotescas para así poder publicar sus investigaciones. El doctor Silas Weir, conocido a posteriori como el padre de la neurología y de la «ginopsiquiatría», se obsesiona en esta novela con una de sus pacientes, Brigit, una joven sirvienta albina que se convierte en el principal sujeto de sus experimentos y en la semilla de su destrucción. Narrada por el hijo mayor de Weir, que ha repudiado el legado brutal de su padre, Carnicero se asoma al horror al que la comunidad científica ha sometido las mujeres a lo largo de la historia y deambula por las galerías más oscuras de la psique humana, mientras trama al mismo tiempo una esperanzadora historia de amor.
Antes de la invención de la fotografía y de las grabaciones sonoras, a los vivos no les quedaban de quien moría sino unos pocos objetos que lo habían acompañado; su olor impregnado en la ropa; la letra, si la persona sabía escribir; retratos pintados, para quienes podían permitírselos, o mechones de pelo. La voz es una extensión del cuerpo y la única parte que no puede enterrarse: la voz permanece intacta y altera el sentido del tiempo, pues está condenada a quedarse en un presente eterno. «El mensaje de este libro, o más bien la moraleja que se extrae de su lectura, es únicamente éste: graba la voz de tus seres queridos», nos dice Ryoko Sekiguchi al inicio de esta obra singularmente emotiva y delicada en la que la autora de Nagori vuelve a demostrar una especial lucidez para describir y catalogar las experiencias más íntimas y trascendentales del ser humano.
En un mundo asolado por la radioactividad, un pequeño grupo de multimillonarios ha sobrevivido al apocalipsis refugiándose en el complejo costero de Termush. Los huéspedes pasan el día disfrutando de los lujos que se les ofrecen: música ambiental, amplias habitaciones y raciones exquisitas. Mientras tanto, en el mundo exterior, el polvo nuclear sepulta las esculturas de los jardines, los guardias recogen los cuerpos agonizantes de los pájaros caídos y una partida de reconocimiento se adentra en el yermo. La frágil coexistencia del grupo se verá sacudida cuando a los límites del complejo comiencen a acercarse los primeros supervivientes de la catástrofe en busca de refugio. En la noche más oscura de la humanidad, los habitantes de Termush deberán forjar un nuevo código ético para los albores de un nuevo mundo.
Es la madrugada del 1 de septiembre de 1939 cuando el continente europeo despierta enmudecido por la marcha de miles de soldados alemanes hacia Polonia, a la que acabarán conquistando y anexionando con una guerra relámpago. Italia se mantiene al margen mientras que Reino Unido y Francia declaran inmediatamente la guerra a Hitler. Sin embargo, testigo de la rapidez del ejército nazi y cada día más presionado por los altos cargos fascistas, Mussolini se convence de que todo terminará pronto y en abril de 1940 decide también involucrarse en el conflicto.
Estos catorce relatos que Kafka publicó en 1920 reúnen narraciones visionarias cuyos protagonistas―el médico que acude al lecho de un paciente una noche de tormenta, el artesano cuya ciudad ha sido invadida por una temible tribu nómada, el mensajero imperial que jamás llegará a su destino―son hijos de una época en que la vida ha quedado entregada a una lógica impenetrable y la comprensión del mundo resulta inconcebible. Si estos relatos nos siguen atrapando y ejerciendo, como señaló Hannah Arendt, «una fascinación tan profunda y duradera que de pronto una experiencia cualquiera nos revela su sentido» es porque al cabo de un siglo aún describen nuestro tiempo.
Mencionada apenas en los Evangelios, la figura de Salomé atrajo ya desde la Edad Media la imaginación de los artistas figurativos. Sin embargo, fue sobre todo a partir del siglo XIX, y especialmente en el último cuarto de este siglo y el primero del XX, cuando alcanzó un lugar preeminente en el imaginario artístico moderno como figura en la que confluyen belleza y maldad, esplendor y lujuria, así como esa exacerbación de los sentidos cuya búsqueda es tan propia de la época. Escrita originalmente en francés en 1891 durante un larga estancia en París, Oscar Wilde aunó en Salomé la visión clásica transmitida por Flaubert en obras como «Salambó» o «Herodías» con la mirada decadente llena de oros bizantinos del pintor Gustave Moreau, para alumbrar una obra magnífica en la que laten la violencia y la sexualidad.
En 1895 Oscar Wilde (1854-1900) está en la cumbre de su fama y de su popularidad. Todo lo que hace parece tocado por la varita del triunfo. Sin embargo, el proceso que ese mismo año entabla por difamación contra el marqués de Queensberry a instancias del hijo de éste, Lord Alfred Douglas, Bosie -su joven amante-, se volverá en pocas semanas en su contra, de forma que acabará condenado a prisión por homosexualidad, arruinado y repudiado por la misma sociedad que meses antes lo aclamaba. Poco antes de salir de la cárcel, en 1897, escribió "De profundis" -larga carta dirigida a Bosie en la que rememora su relación y, aunque desengañado, se reafirma en sus sentimientos y en sus actos- y poco después, ya en libertad, la "Balada de la cárcel de Reading", poema que sobrevuela la relación entre el amor y las convenciones sociales, entre la vida y la muerte. Traducción de Arturo Agüero Herranz.
Durante los años inciertos de la guerra de las Dos Rosas, sir Thomas Malory escribió, supuestamente desde la cárcel, la primera gran epopeya de la literatura inglesa a partir de su propia recopilación de viejas fuentes francesas y británicas, que iba traduciendo a la vez que añadía ideas de su cosecha hasta perfeccionar su obra a medida que avanzaba el libro, para culminar en los capítulos finales, los más admirables de cualquiera de las versiones artúricas. La obra se imprimió en 1485 en el taller de William Caxton, el primer impresor de Inglaterra, que la tituló Le Morte D’Arthur. Caxton prologó y unificó las ocho novelas de Malory en veintiún libros o partes, dando así coherencia temática a la maestría narrativa de su autor.
Recibida con elogios entusiastas por la crítica del Reino Unido y Estados Unidos, que la ha considerado de forma unánime uno de los mejores libros del años, La impostura supone el regreso a la novela de Zadie Smith, siete años después de Tiempos de swing y un cuarto de siglo después de su irrupción en el panorama literario con Dientes blancos. Llena de vida, ideas, humor, sentimientos y algo semejante a una verdad moral, La impostura narra con extraordinaria habilidad las controversias sociales del Londres victoriano a través de un puñado de personajes memorables.