A los veintinueve años, y tras haber compuesto un buen número de obras para los corrales de comedia, Pedro Calderón de la Barca logró una pieza de capa y espada modélica: La dama duende, amenísimo juego de amores, dudas, osadías y desplantes, cifrados en la tramposa alacena que preside y engrana una acción dramática magistral en su progresión y que se alimenta sobre todo de la confusión y el engaño.
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