El 12 de julio de 1962, los Rollin’ Stones ofrecieron su primer concierto en el Club Marquee de Londres. Poco después, se añadió una «g», se encendió una chispa y su destino quedó sellado. Ya no había marcha atrás.
Estos cinco chavales blancos británicos se proponían tocar música afroamericana. Perfeccionaron un estilo rebosante de matices de blues mezclados con oscuras insinuaciones a las mujeres, al sexo y a las drogas. Denunciados como «corruptores de la juventud» y «mensajeros del diablo», crearon algunas de las canciones más electrizantes jamás grabadas.
Su sonido y actitud parecen ahora más fuertes e influyentes que nunca. Elvis ha muerto y los Beatles ya pasaron, pero Jagger y Richards dominan el mundo. Contradiciendo al proverbio inglés, puede que acumulen musgo, pero son culos de mal asiento y no pueden dejar de rodar.
Sin embargo, ¿cómo se convirtieron estos sumos inadaptados antisistema en la marca global que hoy conocemos? ¿Quiénes fueron sus víctimas? ¿Cuál es el legado olvidado? ¿Alguna vez realmente puede el artista separarse del arte?
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