El pueblo huno ha gozado del triste honor de ser considerado, si no el debelador del Imperio Romano, sí al menos quien le dio el golpe más duro. Y, sin embargo, los hunos siguen siendo grandes desconocidos. Entraron en la Historia Universal como un vendaval, como el gran huracán que conmocionó el siglo v. Durante el período en que fueron más poderosos estuvieron acaudillados por Atila, un jefe aparentemente tan audaz como despiadado.
Los hunos portaban consigo su propia historia, mucha de la cual ha permanecido perceptible, pese a las severas menciones y desmesuradas descalificaciones que les otorgaban las fuentes chinas y romanas. Más cercanos a bestias y a demonios para sus enemigos, fueron capaces de forjar un vasto imperio de jinetes y guerreros, lograron negociar de igual a igual con dos imperios y crear estructuras de gobierno. En medio de la cultura mediterránea y del mundo germánico, lograron preservar sus tradiciones traídas de las lejanas regiones de Asia. Atila y su pueblo dejaron una huella duradera de su impacto en la epopeya, en la literatura y el cine, en definitiva, en la memoria colectiva de la humanidad. Todos estos son méritos más que suficientes para que gocen de un lugar de honor en la Historia. Y con ellos también la figura de Atila, cuya vida está y estará siempre unida indisolublemente a la de su pueblo.
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