Hay ocasiones en las que el talento de un hombre destaca sobre el resto, y ello le permite rescatar a un personaje y a una historia que andaban escondidos entre las sombras, pasando de un autor a otro sin relevancia alguna, y convertirlo en un mito, inmortalizándolo para que puedan disfrutar de él las siguientes generaciones. Shakespeare y Hamlet son un buen ejemplo. La figura de Hamlet representa, desde su creación a manos del bardo, la encarnación misma del pesimismo y de la melancolía en la figura del hombre. Un personaje dominado claramente por las emociones, que se enfrenta a la cruda realidad que la vida le presenta e intenta resolver sus propios dilemas de la mejor manera que su entender le dicta. Su protagonismo sustenta y domina la historia desde el comienzo hasta su trágica muerte, que paradójicamente supone, junto al fallecimiento del tirano, la llegada de un nuevo orden para el país de Dinamarca.