El presente libro, que junto con su complementario La imagen-tiempo se convirtió automáticamente en un clásico cuando apareció allá en 1982, no pretende ser una historia del cine, y sin embargo acaba revolucionando el concepto mismo de historiografía cinematográfica. Tampoco se plantea explícitamente como una reconsideración de la teoría fílmica, y no obstante constituye una de las aportaciones mayores de las últimas décadas al respecto. Su intención es definir lo que Deleuze llama la "imagen-movimiento", que se podría identificar con el cine clásico pero también con un conjunto de directores que establecieron una determinada tipología conceptual e iconográfica. Los grandes autores del cine inventan y componen, cada uno a su manera, imágenes y signos que los hacen comparables no sólo con pintores, arquitectos y músicos, sino también con pensadores.
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