En esos primeros pasos del día, la sentencia de la neurocirujana aparecía siempre como un borrón negro en su cabeza: «Poco a poco, perderás toda la movilidad en el cuerpo».
Joanca recordaba su pasado encerrado en su habitación: su infancia, sus amigos, República Dominicana y su maldita enfermedad que trataba de recortar su existencia.
Huía de su destino como podía, caminado por las calles, intentaba despistarlo. Sabía que no podía parar, si paraba el tiempo lo atraparía y lo dejaría sentado para siempre. Y así nació la idea de subir la montaña, a pesar de su condición, a pesar de todo. Sabía que era verdad, que no podía claudicar sin pelear, rendirse sin más.
Su amigo Joan Vila se encargó de regar su reto con disciplina y estímulo, convirtiéndose en su motivador personal, tirando al carajo todas las predicciones médicas.
En ocasiones, hay amistades inquebrantables como el acero, que no se dejan amedrentar por nada.
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