«Eso es mentira. Todo lo que cuentas es mentira. Nadie puede sobrevivir a tantas calamidades. Te lo has inventado todo siempre para hacernos creer que eres un héroe y no un simple inmigrante español muerto de hambre como los que vienen a la vendimia. Tú no hiciste todas esas cosas y después no ayudaste a liberar Francia de los nazis, tú no eras más que un español desarrapado y muerto de hambre cuando llegaste aquí, un cerdo español».
Con estas palabras, Mathieu renegó de su abuelo cuando era adolescente. Es febrero de 2019 y está atrapado en Portbou, punto final de uno de los caminos del exilio republicano antes de cruzar la frontera. A sus cincuenta y un años, ya no quiere ser ingeniero, pretende convertirse en fotógrafo. Cámara en mano, se pasea por los andenes de la estación de tren cerrada por la tormenta en busca de esa instantánea.
A través del objetivo ve a una joven indigente que no se separa de su carrito y a una mujer, con el pelo alborotado y aspecto descuidado, que toma un café en el bar de la estación. Él aún no lo sabe, pero la joven se llama Esther, o Jessica, y es una madre que enfermó por ser madre, estancada en ese andén, como él, en su camino a Montpellier. Isabel, que así se llama la mujer del pelo alborotado, a quien acaban de desahuciar y viaja en la autocaravana que ha conseguido salvar de la quiebra, ahora aparcada por orden de la policía local, también viaja a Montpellier, para cumplir la promesa que le hizo al único hombre al que ha querido.
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