Hay abuelos que tienen los bolsillos llenos de besos, de caramelos, de historias y batallitas. Hay abuelos que navegan por los cuentos como a lomos de una ballena y otros abuelos madrugadores que se levantan antes de que suene el despertador para llevar a sus nietos al colegio a ritmo de cha-cha-chá.
Casi todos abuelos olvidaron durante unos años al niño que llevaban dentro para ejercer de padres responsables, pero les basta la llegada del primer nieto a su vida para volver a la infancia en un periquete.
Los niños que galopamos sobre sus rodillas o nos quedamos dormidos en sus regazos, los que volamos en un columpio empujado por un abuelo o aprendimos a montar en bicicleta alentados por su «claro que puedes», podemos cerrar los ojos y recordar que cuando nos apretaban entre sus brazos estábamos a salvo de cualquier miedo o tristeza, cuando nos arropaban en su abrazo ya estábamos en casa.