Fulgor, cadencia, cielo, vibración de universo nos trae esta poesía; extraño viaje por la armazón milenaria del mundo, y por la humana psiquis, cosmos que se entrelazan convocando elementos que, al fundirse bajo la magia azul de la palabra, crean una belleza inexplicable y honda, una sensación poética que no viene del aquí ni el ahora, sino de las esencias que nos vieron volvernos, de irracionales, a seres semejantes a dioses. El verbo y el amor, dos catalizadores de milagros, cruzan por estos versos como la cierva blanca de las mitologías por su valle dorado. Prometeo torna a darnos el fuego, a sabiendas de que aguardan por él la cadena y el águila, y el poeta vuelve a ser mediador entre lo humano y lo divino, el que porta el mensaje y puede escuchar, prístino, el crujido de los huesos del mundo. Él sirve, como todos, a esa dama de excelsa majestad, la gran poesía. Ante ella nos debemos postrar.
Rafael J. Rodríguez Pérez
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