Se trata de uno de los libros más influyentes de todos los tiempos, cuya trama se reinterpreta y reinventa continuamente en la literatura, en el cine y en el teatro, y cuyos temas y protagonistas principales persisten, y se han convertido en parte de nuestra cultura. Sin embargo, la esencia de esta novela ha sido demasiado simplificada, distorsionada y remodelada para ser un aviso sobre la derrota del bien frente al mal. La verdadera naturaleza del relato de Stevenson es mucho más compleja. No es una simple exposición de la hipocresía victoriana. Tampoco es un cuento sobre el mal superando al bien (o, como en las obras teatrales y en las películas, el bien superando al mal por su autodestrucción). En vez de eso, es una súplica conmovedora para entender que todos nosotros albergamos tanto un Jekyll, como un Hyde, en nuestro interior. No podemos superar a Hyde; no podemos purificar a Jekyll. Sólo podemos reconciliar las influencias y las fuerzas que operan dentro de nuestros corazones y nuestras mentes. Como señaló Chesterton: «La verdadera punzada de la historia no es el descubrimiento de que un hombre es dos, sino el hallazgo de que dos hombres son uno».