Paolo Virno constata lo evidente: las formas de vida contemporáneas están marcadas por la impotencia. Sea que esté en juego un amor sin igual o la lucha contra el trabajo precario, una parálisis frenética aprisiona la acción y el discurso.
No se logra hacer aquello que conviene y se desea, y al mismo tiempo no somos capaces de sufrir de manera apropiada los golpes a los que estamos sometidos. Pero allí donde parece haber una falta, el filósofo italiano encuentra un exceso de competencias y habilidades. Saboreamos la potencia, pero no la podemos volver acto; situación que genera todo un catálogo de pasiones tristes: arrogancia manchada de abatimiento, timidez descarada, alegría por los naufragios, resignación beligerante, solidaridad refunfuñante.
¿Cómo conjurar colectivamente esta parálisis ansiosa que coloniza la acción y el discurso al punto que inhibe hasta la capacidad de padecer? ¿Mediante qué hábitos e instituciones comunes es posible escapar del agotador estado de impotencia crónica, de la disposición taquicárdica y precarizante a estar «siempre listos»?