"Me enorgullecí siempre de no llamarle papá, de ser capaz de no hacerlo".
Creo que siempre esperé la muerte de mi padre como la prueba definitiva para comprobar si le quería o no. Porque, en el fondo, no me perdoné nunca el quererle. Tampoco me perdonaba el no quererle.
Solo sabía que cuando él muriera, yo, probablemente, podría empezar a quererle en paz.
Nacida a principios de los años setenta, Sibila, la autora de esta novela y la protagonista de esta historia, es una “niña nadie”, como muchos de los hijos de aquella generación de padres “progres” y ateos. Una cría infeliz, a menudo maltratada, que crece a la intemperie entre un padre dominante y alcohólico, pero también culto y sensible, y una madre ausente.
Pasados ya los cuarenta y a raíz del inesperado dolor por la muerte del padre, la autora va desgranando su complicada relación con él, desde su niñez a la vida adulta, en lo que quiere ser un ejercicio sobre las infancias perdidas, lo absurdo y vital de los lazos familiares y la necesidad de querer y ser queridos.
A mediados del s. XIII el monarca noruego Hákon Hákonarson promovió una actividad cultural sin precedentes en las tierras del norte con la intención de introducir las formas y modales cortesanos europeos en su país y emular a los soberanos de los reinos del sur del continente. Fruto de aquella política artística y cultural, fueron las traducciones y adaptaciones a la antigua lengua nórdica de obras ampliamente divulgadas en las cortes europeas. Producción característica de aquel período son las llamadas “sagas de caballeros” o riddarasögur, basadas algunas de ellas en traducciones de textos de procedencia francesa, mientras que otras son obras de origen islandés salpicadas de elementos autóctonos nórdicos y otros de origen extranjero.
Al primer grupo pertenece la versión de la celebérrima leyenda de Tristán e Iseo que en 1226 llevó a cabo cierto hermano Roberto por indicación del propio Hákon. Basada muy probablemente en el roman de Tristan de Thomas, poeta normando de la corte de Enrique II de Inglaterra, la Saga de Tristán e Iseo nos describe el infausto y atormentado amor de unos jóvenes que no son sino juguetes en manos de un destino cruel y caprichoso.
La saga destaca por su estilo elegante, en ocasiones recargado y típicamente cortesano, así como por la presencia de elementos compartidos por otras “sagas de caballeros” y por las llamadas “de los tiempos antiguos”, ya conocidas por los lectores de esta colección.
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Iago del Castillo es un carismático y atractivo longevo de 10.300 años de edad con un cerebro prodigioso.
Sin embargo, cuando una mañana despierta en San Francisco, lejos de su hogar en Santander, no es capaz de recordar ni su nombre ni los detalles de la misteriosa investigación que le ha llevado hasta allí; una investigación con la que pretende descifrar los motivos por los que ni él ni los demás miembros de su familia envejecen.
Pero ni Iago ni Héctor, su padre, tienen intención de compartir los resultados; ellos son conscientes de los riesgos y el sufrimiento que implica su modo de vida. Son sus hermanos Jairo (un conflictivo escita de casi 3000 años) y Kyra (una huidiza celta de 2500 años) los que, cansados de transitar solos a través de los siglos y hastiados de tener que enterrar a sus hijos, están empeñados en crear una estirpe de longevos como ellos.
Al mismo tiempo, Adriana, una arqueóloga especializada en Prehistoria, está dispuesta a aprovechar que el destino la ha traído de vuelta a su Santander natal para aclarar el extraño suicidio de su madre ocurrido quince años atrás.
Desde el principio, Iago y ella sentirán una poderosa atracción el uno por el otro, aunque ambos intenten ignorarlo.