La historia de cómo cuatro genios revolucionaron la filosofía y cambiaron nuestra forma de entender el mundo. «Un libro que no tendrá parangón en mucho tiempo. Engancha como un thriller y ayuda más a la comprensión de nuestro presente que ningún estudio sociológico.»Micha Brumlik, Die Tageszeitung Estamos en 1919. La guerra acaba de terminar. «El doctor Benjamin huye de su padre, el subteniente Wittgenstein comete un suicidio económico, el profesor auxiliar Heidegger abandona la fe y monsieur Cassirer trabaja en el tranvía para inspirarse.» Comienza una década de creatividad excepcional que cambiará para siempre el rumbo de las ideas en Europa. Los años veinte del siglo XX en Alemania dieron forma a nuestro pensamiento contemporáneo, y son el verdadero origen de nuestra moderna relación con el mundo.
Por primera vez en la historia del hombre, encaramos un nuevo y total desafío ante el ideal de la persecución de la verdad pura y abstracta. Por primera vez, podemos concebir una incongruencia fundamental, un desfase crucial, entre la búsqueda de la verdad y los ideales igual de exigentes de justicia social o, aún más centralmente, entre la verdad y la supervivencia. Lo que está en juego en la carrera obsesiva por el descubrimiento ya no es una pierna rota de Tales o el descuido mortal de Arquímedes. Podría ser, tal vez ya lo sea, la existencia continuada del individuo y de la sociedad tal como los conocemos.
«Creo que la verdad tiene futuro. Que lo tengamos nosotros es algo que está menos claro. Pero solo el hombre puede suponerlo».
Un análisis iluminador y fascinante de una las mentes fundamentales de la cultura europea del siglo XX. La incisiva, audaz e irónica mirada del irrepetible humanista, recorre épocas históricas, las vidas de sus protagonistas, clásicos de la literatura, obras de arte cautivadoras y filosofías clarificadoras, para ofrecernos una verdad que solo un pensador como Steiner, observando desde la atalaya de su infinita erudición, puede destilar.
No hay una sola definición de la muerte, ni una sola interpretación, aunque sí un hilo conductor basado en nuestra compresión científica de la realidad mortal. Podría decirse que no hay una, sino muchas muertes. El físico, biólogo e investigador ICREA Ricard Solé nos plantea una aproximación a algunas de estas extinciones: desde la muerte térmica del universo y de los sistemas inanimados hasta la de las ciudades y civilizaciones, los océanos o los robots, pasando por la de nuestro propio cuerpo y mente. Porque, escribir y reflexionar acerca del fin de la vida nos permite comprender mejor la naturaleza de ese principio básico e inevitable, que ha dado forma a nuestra cultura y moldeado nuestros miedos desde que surgió la conciencia y nuestra capacidad de imaginar el futuro.
Fundado por Zenón de Citio en Atenas hace 2.400 años, el estoicismo y sus reflexiones y enseñanzas gozan de buena salud como brújula para orientarnos en una época tan confusa como la nuestra. Tal vez su éxito se debe a que, si bien el mundo ha cambiado mucho desde que los antiguos filósofos estoicos desarrollaron su disciplina, las grandes cuestiones que nos afectan como individuos y como sociedad siguen pareciéndose más de lo que pensamos a las que preocupaban a aquellos pensadores de la Antigüedad.
Con una cuidadosa selección de los pensamientos de figuras tan importantes como Séneca o Marco Aurelio, esta obra pone a tu alcance las reflexiones de los grandes maestros del estoicismo y las sitúa en el contexto de nuestro tiempo para dar respuesta a una serie de grandes temas que como individuos debemos afrontar si queremos alcanzar una vida buena y llena de sentido. Así, cuestiones como el autoconocimiento, la resistencia ante la adversidad o la búsqueda de un sentido a la vida encuentran en los estoicos un modo de estar y pensar en el mundo que sin duda nos interpela y nos orienta en nuestras ajetreadas vidas.
Una gran parte de los artistas visuales que desarrollan su trabajo en la actualidad viven en condiciones precarias y con muy pocos incentivos para su trabajo. Esa es una realidad conocida en el sector, y que se corresponde sociológicamente con el rol de marginalidad proverbial que ha caracterizado a lo largo del tiempo la escena del arte. Pero los artistas son testigos de nuestro mundo y ejercen su papel como peculiares activistas culturales. Aportan radiografías plurales, emblemas de una sociedad en cambio, expresan pautas de vida, generan huellas proyectadas hacia el futuro, atisban “lo nuevo”: son los creadores del patrimonio contemporáneo. El arte es un espacio de interrogantes donde afloran respuestas provocadoras a preguntas inquietas. El artista realiza su trabajo interpretando el mensaje de una difusa voluntad colectiva. Aspira a esa empatía y comunicación real: transmitir sentimientos y emociones propias para compartirlas. Pone sus ojos, su mirada, su corazón y sensibilidad al servicio de la sociedad: a la búsqueda de un latido común. El auténtico artista aporta oxígeno para respirar mejor.
Atravesamos una crisis del humanismo. El término está casi obsoleto. Su dificultad para respirar no proviene de discursos despectivos hacia el hombre, no nos equivoquemos. Es a través de la compasión como este nuevo humanismo, vaciado ya de sustancia, se extiende como un cáncer. Al querer ser mejor humano, sólo humano, demasiado humano, el hombre moderno genera quimeras. El nuevo hombre soñado por los regímenes fascistas o soviéticos era un anticipo del hombre aumentado con el que sueñan los transhumanistas; de la misma manera, el Untermensch (infrahumano, como llamaban los nazis a los no arios) encuentra hoy sus avatares en una muchedumbre que no se ajusta al proyecto deseado para la humanidad. La tentación de definir al hombre a partir de sí mismo lo relega a esa condición inferior. Sólo una imagen del hombre que lo salva impide esta división idólatra ¿Por qué?