Si usted lee "der schwankende Wacholder flüstert", sabrá que está ante una frase en alemán. Y pensará que se ha topado con el inglés si ve en un texto "before it is too late". Y no dudará que se escribió en italiano la frase "e’ un ragazzo molto robusto che non presenta particolari problemi". Si escucha la palabra "cusa" en un contexto español, pensará que es un vocablo que usted desconoce pero que probablemente existe (porque sí están en nuestro idioma «casa», «cesa», o «cosa», o «musa», o «rusa», «lusa», o «fusa»). Aunque en realidad no exista. Pero a usted le sonará español si las palabras que la rodean son castellanas. Y, si es usted español, no le cabrá ninguna duda de qué lengua tiene ante sus ojos si lee "txamangarria zera eder eta zera nere biotzak ez du zu besteroik maite". En efecto, es euskera. ¿Qué es lo que nos hace identificar palabras como propias o ajenas, o asignarlas a una u otra lengua?: el genio de cada idioma, que alcanzamos a identificar someramente incluso aunque no lo conozcamos. Esta obra se pregunta —y procura algunas respuestas— sobre el genio del idioma español. Qué le gusta y qué rechaza, cómo se comporta desde hace siglos y cuáles son sus manías y sus misterios. Sabiendo todo eso, adivinaremos mejor cómo somos nosotros y cómo va a evolucionar nuestra lengua.
Tras colaborar con The Columbia Review, escenificar alguna obra en Cambridge y trabajar un tiempo haciendo tarjetas de felicitación, Robert Gottlieb tropezó con un puesto en Simon and Schuster, en 1955. Algo más de una década después, el ya reconocido editor se trasladaba al sello Alfred A. Knopf, en donde desarrollaría la mayor parte de su carrera. Publicó una larga lista de grandes autores, como Toni Morrison, Doris Lessing, John Le Carré, Michael Crichton, Robert Caro, Nora Ephron o Bruno Bettelheim. En 1987 pasó a hacerse cargo del New Yorker, afrontando con ello los desafíos y satisfacciones que conllevaba la dirección de una de las revistas más destacadas de Estados Unidos, y en donde permanecería un lustro. De todo ello nos habla ahora en este libro de memorias, en el que nos acaba demostrando cómo, sesenta años después de aquel primer contacto con el mundo editorial, Gottlieb todavía está en ello: editar, antologar y, para su sorpresa, también escribir. Entre amistades trascendentes, colaboraciones especiales, la química particular entre escritor y editor, los días de gloria de la publicación? Lector voraz traza la singular devoción de una vida basada en el amor por la lectura.
Narrar es disponer acontecimientos en el tiempo: el tiempo de la ficción transforma a su antojo el tiempo del calendario. Los acontecimientos de la novela o del cueento constituyen un proceso temporal; ocurren durante un cierto período y se suceden en un cierto orden.
La historia de cualquier incendio es la historia de un olvido, por eso casi nadie recuerda lo que ocurrió el 29 de abril de 1986. Aquel día la Biblioteca Pública de Los Ángeles amaneció consumida por el fuego, cuatrocientos mil libros se convirtieron en cenizas y otros setecientos mil quedaron irremediablemente dañados. Siete horas ardieron las estanterías y las mesas y los ficheros, pero ningún periódico cubrió la noticia porque al otro lado del mundo, entre los bosques densos de la Unión Soviética, ocurría el mayor accidente nuclear hasta la fecha: Chernóbil.
¿Quién querría quemar una biblioteca? ¿Por qué? Susan Orlean se hizo esas dos preguntas y al poco tiempo entendió que el fuego sería apenas un rastro, una línea punteada sobre la que dibujar su personalísima visión del conocimiento y de las personas que creen en él. La biblioteca en llamas es un homenaje a la lectura y el relato de una periodista obsesionada por encontrar al culpable de un crimen contra la memoria. Una investigación que se extendió más de una década y que a cambio nos revela personajes desopilantes, inverosímiles y tiernos.
Este libro está destinado a pensar con la gramática, no a memorizarla. El lenguaje es el pensamiento, y conocer la estructura de nuestro lenguaje equivale a conocer cómo se han estructurado nuestras razones. La gramática trocea lo que pensamos; nos permite averiguar lo que pasa en el alma de quien habla; y nos ayuda a orden ar la realidad. La gramática enseña a pensar y a razonar mejor, a exponer las ideas, pero sobre todo a generarlas. Y todo eso nos hará más capaces de convencer a los demás. Con este libro repasaremos la gramática; aprenderemos o recordaremos sus normas; descubriremos las consecuencias de no cocerlas... y pasaremos un buen rato.
«Anoche fue encontrado el cadáver de Eustasio Peláez en una calle del polígono industrial C-40. Momentos antes se había visto por el lugar a Higinio Gurméndez, con el que tenía un litigio por unas tierras».
Puede ocurrir que esos dos hechos sean ciertos, y que sin embargo se derive de ellos una interpretación falsa. Porque el lector entenderá algo que no se ha dicho... pero se ha querido decir. ¿Qué debe hacer un juez en un caso así? ¿Se puede condenar a un periodista por contar hechos verdaderos? Álex Grijelmo ha escrito ya siete libros sobre periodismo y sobre divulgación lingüística, pero éste es distinto de los anteriores.
En La información del silencio, no se trata tanto de introducir al lector en el conocimiento del mundo de la lengua —aunque ese propósito también se consigue— como de construir una teoría sólida sobre las manipulaciones informativas basadas en trucos de silencio: esa forma de decir callando, de contar medias verdades.
Tras un recorrido lleno de ejemplos para explicar los significados del silencio tanto en el cine como en la literatura, en la retórica, en la música..., la obra se centra en la rama de la lingüística conocida como pragmática, que estudia el sentido de lo que decimos más allá de su significado. Y edifica así un armazón teórico para aplicarlo en los últimos capítulos, referidos ya al periodismo y a sus trampas.
Este libro constituye, por tanto, una aportación innovadora a la ética de la información, porque demuestra que el silencio también habla, y que el silencio puede mentir; y que los jueces no lo escuchan.