En 1942, en un tranquilo pueblo de los Cotswolds ingleses, una mujer salía a dar su habitual paseo en bicicleta. Sus vecinos la conocían como Ursula Burton, una esposa atenta y madre de tres hijos que parecía llevar una vida rural sin pretensiones. No sabían que tras esta fachada se escondía una oficial de alto rango de la inteligencia soviética que pedaleaba hacia la campiña de Oxfordshire para reunirse con un físico nuclear con la misión de desentrañar los secretos que permitirían a la Unión Soviética construir la bomba atómica.
Nacida en el seno de una familia judía alemana en Berlín, Ursula Burton atestiguó el ascenso del nazismo y el antisemitismo y se entregó devotamente a la causa comunista. Espía veterana y coronel soviética condecorada, recibió el nombre en clave de «Sonya» y dirigió algunas de las operaciones de espionaje más peligrosas del siglo XX mientras era perseguida sin éxito por nazis, chinos, japoneses, el MI5, el MI6 y el FBI. Su historia refleja el gran choque ideológico que se produjo entre el comunismo, el fascismo y la democracia occidental a la vez que arroja nueva luz sobre las batallas de espías y las cambiantes lealtades de nuestra época.
Albert Camus se asoma a través de sus personajes a casi todos los abismos del mundo contemporáneo. El Patrice Mersault de La muerte feliz es un trasunto del joven inquieto y audaz que explora los caminos de la felicidad. El Sísifo que desciende a recoger la piedra y el doctor Rieux que trata de aliviar a los enfermos desesperanzados de La peste dejan traslucir sus vivencias y aspiraciones más profundas. El Jean-Baptiste Clamence de La caída es un espontáneo profeta en el desierto del siglo XX porque su creador también lo era, aunque no siempre lo entendieran o le hicieran caso. También son hijos de las incertidumbres espirituales de Albert Camus el Daru que deja libre al árabe de El huésped y el ingeniero DArrast que hace de cireneo en La piedra que crece, y el Kaliayev que retrasa el magnicidio de Los justos para evitar la muerte de unos niños.
Todos ellos, con sus anhelos y sus desazones y sus nostalgias, permiten adentrarse en el alma agitada y generosa de su creador.
Todos ellos son exiliados del Reino.
Todos ellos hacen verosímil la posibilidad de un Camus dichoso.
La obra y la influencia de Alejandra Pizarnik no dejan de crecer. Numerosos lectores en todo el mundo mantienen viva su literatura y cada vez más investigadores se dedican a estudiar a la aún hoy enigmática poeta.
Cristina Piña escribió una primera versión de esta biografía hace treinta años y ahora, en colaboración con Patricia Venti, publican esta edición ampliada con una enorme cantidad de documentación nueva. Las autoras consultaron los diarios completos de la escritora, depositados en la Biblioteca de la Universidad de Princeton, junto con sus cuadernos, borradores, correspondencia y trabajos plásticos; mantuvieron largas conversaciones con amigos de la poeta y, sobre todo, con su hermana, Myriam; viajaron a París para entrevistar a la familia de los hermanos del padre, uno de los cuales alojó a Alejandra en varias ocasiones en su casa de Châtenay-Malabry. También tuvieron acceso a los papeles de Manuel Mujica Láinez y Silvina Ocampo en Princeton, y a los de Djuna Barnes, en la Universidad de Maryland, vinculados con la poeta.
"Esta es la historia de una mujer excepcional, Aleksandra Kolontái. Nacida en San Petersburgo en 1872, en el seno de una familia aristocrática, empezó a interesarse por la política desde una edad temprana y decidió unirse al movimiento revolucionario ruso de 1905 después de haber presenciado ese mismo año la matanza de los obreros frente al Palacio de Invierno. Posteriormente ingresó en las filas de los bolcheviques y, tras el triunfo de la revolución, formó parte del primer gobierno de Lenin. Llegó a ser ministra -comisaria del pueblo- en una época en la que las mujeres en Europa rara vez llegaban a tener ese cargo. Cinco años más tarde, se convirtió en la primera mujer embajadora de la historia.
Cuando se cumplen los cincuenta años de la muerte de Salvador Allende, Ediciones B publica esta obra única, que profundiza en la dimensión humana del "compañero presidente". Un retrato de época en el que se cruzan figuras como el Che Guevara, Michel Foucault y Jacques Derrida y en el que se da cuenta de la efervescencia política y social de aquellos años convulsos.
El 11 de septiembre de 1973 Salvador Allende, presidente de Chile, moría defendiendo la democracia de su país mientras los militares se hacían con el poder a punta de fusil. En esta arriesgada novela, Carlos Tromben entabla un diálogo con el máximo exponente de la vía chilena al socialismo, al que permite hablar desde el más allá.
Con destreza y genio, Carlos Tromben desenreda una madeja que mantendrá al lector en vilo explorando aspectos desconocidos de una historia que nunca se terminará de contar. El autor logra bucear en esas aguas grises y rescatar, como un prodigioso buzo submarino, la verdad de la ficción.
Pocas escritoras de finales del siglo XX y principios del XXI han sido más leídas, han aunado tantos premios, crítica y lectores y han suscitado tal admiración y amor como Almudena Grandes. Lectora voraz, Almudena escribió para que su generación lograra ser tan moderna como lo había sido la de sus abuelas durante la Segunda República. Empeñada en recuperar las huellas de un pasado oculto por la dictadura, investigó, descubrió y ficcionó los márgenes de un país olvidado, haciendo de la memoria el eje central de su obra literaria y convirtiéndose en una rastreadora de personajes y de historias. Pero Almudena no solo tenía el secreto de la literatura, sino que supo acertar con la vida para mantener siempre la alegría intacta. Estas páginas son un viaje por los años y las palabras de una mujer comprometida con su tiempo, pero, sobre todo, con los libros.
Como otras autoras de su generación, Aroa Moreno Durán creció leyendo a Almudena Grandes y tuvo la gran suerte de conocerla. En este libro reivindica su memoria y su obra y, junto con Ana Jarén, le rinde un emocionado homenaje.