MONUMENTO AL DIVINO NIÑO: MI LEGADO A C.
ababa de superar una dificil situación de salud producto de la reapari-
ción de un cáncer de colon y me sentía comprometido a cumplir con lo que
para mí era una obligación contraída con mi madre aquella noche en que fui
objeto de una revelación de su parte: "¿Hijo, apégate al DIVINO NIÑO que
él te sanará!"
En el instante en que aquello ocurrió no sabía cómo atender su recomenda-
ción. Ella, desde la niñez, me había inculcado que quien le pide con fe al
DIVINO NIÑO siempre recibe sus favores.
También decidí apoyarme en lo que me demostró ser un arma poderosa: el
poder de la mente. Desde que me enteré de que estaba aquejado por esta terri-
ble enfermedad me hice la idea de que ella no iba a acabar conmigo a pesar de
que las quimioterapias me disminuían el apetito, conllevando esto a que reba-
jara considerablemente -poseía 50 libras menos de mi peso original y mi figura
estaba muy desmejorada-; sin embargo, en mi cerebro anidaba la convicción
de que cuando esos tratamientos terminaran recuperaría mi peso anterior.
Entonces, me nació la idea de construir el monumento al DIVINO NIÑO,
lo cual tenía doble propósito: agradar a mi progenitora, quien desde la gloria
se sentiría feliz de que esto sucediera, y de mi parte premiar el favor a obtener
por medio de esta divinidad.
Cabe destacar las vicisitudes que tuve que enfrentar en el transcurso de los
nueves meses en que se edificó la estatua, también las graves consecuencias al
sacarla del taller del escultor, luego las peripecias para trasladarla hacia Cons-
tanza, como también la dificultad de realizar el recorrido dentro de la finca
donde iba a ser instalada y, por demás, el domingo angustioso
que pasamos para colocar la escultura en el
pedestal.
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