Con estas credenciales se nos presenta Colonna, el protagonista de Número Cero, que en abril de 1992, a sus cincuenta años, recibe una extraña propuesta de un tal Simei: va a convertirse en redactor jefe de Domani, un diario que se adelantará a los acontecimientos a base de suposiciones y mucha imaginación, sin reparar casi en el límite que separa la verdad de la mentira, y chantajeando de paso a las altas esferas del poder.El hombre, que hasta la fecha ha malvivido como documentalista y en palabras de su ex mujer es un perdedor compulsivo, acepta el reto a cambio de una cantidad considerable de dinero, y arranca la aventura. Reunidos en un despacho confortable, Colonna y otros seis colegas preparan el Número Cero, la edición anticipada del nuevo periódico, indagando en archivos que esconden los secretos ocultos de la CIA, del Vaticano y de la vida de Mussolini.Todo parece ir sobre ruedas hasta que un cadáver tendido en una callejuela de Milán.
.Julio Cortázar no solo demostró ser un maestro de la literatura contemporánea convirtiéndose en una referencia inescapable para escritores posteriores como Roberto Bolaño, también fue un intelectual prolífico que nos ha legado una valiosa obra ensayística llena de agudeza e ingenio.Sus textos críticos constituyen una lectura imprescindible en la medida que ponen de manifiesto las nociones y valores determinantes en la génesis de la literatura cortazariana, ofreciendo al lector una figura más precisa y completa del autor de Rayuela, al mismo tiempo que le desvela el maravilloso poliedro de su obra.La recopilación que recoge la presente edición ha sido llevada a cabo por tres especialistas que, además de ser reconocidos eruditos y expertos, también fueron amigos muy cercanos al autor: Saúl Yurkievich, Jaime Alzaraki y Saúl Sosnowski.
El nombre del poeta francés Jules Laforgue (1860-1887) está vinculado al movimiento conocido como «decadentismo», que mantiene estrechas relaciones con el simbolismo. Es Laforgue quien da una forma poética al espíritu decadente. En la mayoría de los decadentes -y en especial en Jules Laforgue- se detecta el sentimiento de haber nacido demasiado tarde. Imposible volver a Víctor Hugo. Hay que liberarse de su influencia. Hay que hallar nuevos caminos. Todos se muestran de acuerdo a la hora de despreciar el siglo en que viven, pero nadie puede poner en duda que ese siglo ha producido obras admirables, incluso para ellos mismos.
En 1885 aparecía el primer libro de poemas de Laforgue con el título de Les Complaintes, mostrándose ya como un poeta original y plenamente atractivo con tan sólo veinticinco años. El paso estaba dado.
Laforgue había hallado su camino, su verdadero camino; una forma de expresión que definía una estética vanguardista y renovadora. Su verso, a menudo dislocado, es la imagen de una naturaleza vibrante e inestable. En su lenguaje se mezclan los términos triviales y los términos raros, los tópicos y los neologismos, todo ello en un intento de reflejar el desorden de un pensamiento que no logra liberarse de sus obsesiones.
COMO DE QUINCEY Y TANTOS OTROS, he sabido, antes de haber escrito una sola línea, que mi destino sería literario. Mi primer libro data de 1923; mis Obras completas, ahora, reúnen la labor de medio siglo. No sé qué mérito tendrán, pero me place comprobar la variedad de temas que abarcan. La patria, los azares de los mayores, las literaturas que honran las lenguas de los hombres, las filosofías que he tratado de penetrar, los atardeceres, los ocios, las desgarradas orillas de mi ciudad, mi ciudad, mi extraña vida cuya posible justificación está en estas páginas, los sueños olvidados y recuperados, el tiempo... La prosa convive con el verso; acaso para la imaginación ambos son iguales.
Felizmente, no nos debemos a una sola tradición; podemos aspirar a todas. Mis limitaciones personales y mi curiosidad dejan aquí su testimonio.
J.L.B.
EL ESCRITOR VIVE, la tarea de ser poeta no se cumple en determinado horario. Nadie es poeta de ocho a dos y de dos a seis. Quien es poeta lo es siempre, y se ve asaltado por la poesía continuamente. De igual modo que un pintor, supongo, siente que los colores y las formas están asediándolo. O que un músico siente que el extraño mundo de los sonidos —el mundo más extraño del arte— está siempre buscándolo, que hay melodías y disonancias que lo buscan. Para la tarea del artista, la ceguera no es del todo una desdicha: puede ser un instrumento.
J.L.B.