Segundo volumen de «Pijas y divinas», una saga gamberra y divertida, con una trama repleta de trampas, errores, química sexual, romanticismo y mucho erotismo.
«De una boda, en teoría, sale otra boda. Chorradas. ¡Qué más quisiera yo!
Os seré franca, quiero casarme cuanto antes, pero no con cualquiera. En mi entorno el matrimonio es un arte y, a pesar de que he tenido novios y pretendientes, ninguno cumplía los requisitos, empezando por una cuenta bancaria saneada. Sé lo que pensáis, pero antes escuchad mis razones.
No valgo para trabajar y no me he criado entre algodones para ahora echarlo todo a perder. Necesito un esposo que no me saque muchos años y que no sea difícil de mirar; aunque, según mi madre, “a todo se acostumbra una, hija”.
Ahora que estoy en la boda de una amiga, miro alrededor y veo que aquí no encontraré al candidato. Así pues, seguiré buscando…»
«El odio es un animal hermoso, imposible de encerrar, con sed de sangre. El odio se despereza, se extiende y te atrapa. Se alimenta de tu rabia. Y al final vuelves a odiar. Porque es fácil. Porque lo necesitas».
¿QUÉ HARÍAS SI, TRAS HABER SOBREVIVIDO A LA QUE CREÍSTE QUE ERA LA PRUEBA MÁS DURA QUE PODÍAS SOPORTAR, EL DESTINO TE LLEVARA OTRA VEZ AL LÍMITE?
Para la inspectora jefa Ana Arén no hay tregua: después de que resolviera el caso que prácticamente acabó con ella, debe enfrentarse a un reto endiablado, el asesinato de una de las mujeres más famosas de España.
Siempre cuestionada por su superior, al frente de un equipo que aún no confía en ella y con el foco mediático sobre la investigación, Ana se ve de nuevo ante un crimen aparentemente irresoluble en el que el tiempo y el pasado se empeñan en jugar en su contra.
En los niños no ven féretros, ganador por unanimidad del Premio de Poesia Hiperión en su XXXVII, convocatoria, el autor, tras las postrimerías de la adolescencia, vuelve la vista atrás para evocar, con cuidada y siempre bien resuelta variedad formal, esa primera vida de la infancia, las primeras experiencias amorosas, la amistad, los primeros tanteos poéticos y el protector regazo familiar. Evocaciones y reflexiones que llenan de contenido unos poemas de línea clara y tono elegíaco, propios de una naciente conciencia de la caducidad.
«Ésta es la historia de un hombre que sin saberlo fue su siglo y la de un lugar que se condensa aquí en un nombre propio; Germán Alcántara Carnero. Una historia de violencia incontenible y natural que exige ser contada como una biografía discontinua y que no debía empezar aquí»
Así comienza El cielo árido, la historia de Germán Alcántara Carnero: de los hombres y las mujeres que vivieron a su lado y de la meseta en la que Monge destila las esencias de una Latinoamérica salvaje. Un lugar árido, donde las únicas constantes parecieran ser la soledad, la violencia, la lealtad y la lucha cotidiana por hacerse con una escala de valores que dote de sentido a la existencia.
Una mala racha. Así es como podría llamarse a lo que está viviendo Sookie. Primero, su compañero de trabajo es asesinado y a nadie parece importarle. Luego se encuentra cara a cara con una criatura sobrenatural y casi muere en el ataque. Afortunadamente los vampiros le salvaron la vida, así que cuando le piden que busque a uno de ellos, desaparecido en Dallas, Sookie no lo duda ni un momento: les debe un favor.
Se supone que el trabajo es fácil: debe entrevistar a ciertos humanos involucrados en la desaparición. Solo hay una condición, los vampiros deben prometer comportarse y dejar que los humanos salgan ilesos. Más fácil decirlo que hacerlo. Todo lo que se necesita es un pequeño error para que las cosas se vuelvan mortales...