Pasar las manos sobre el cuerpo inerte
de este siglo maltrecho, de esta herida callada
que viste los silencios de cuchillos
y me acompaña cerca cuando viajo
más allá de la línea de costa
que hace equilibrio en tus ojeras.
Entonces aparece el perfil nítido
de la ciudad perdida y pienso en cómo
he llegado hasta aquí, a este lugar
donde el tiempo desnuda el desconsuelo
y la felicidad sabe prender
en los vasos vacíos de la noche.
Y cuando nada quede del naufragio,
haré memoria con los pies
haré memoria donde la ciudad
prenda su cabellera y de su caos
pueda inhalar
la certeza de un puzzle revelado al instante.
COMO quien debe recorrer
muchos kilómetros
para cumplir un conjuro,
llevo las semillas
de la selva lacandona
al Viejo Mundo
y las pierdo allí.
En el viaje tenemos la sensación
de que todo está por hacerse,
que podemos ser otros,
que el deseo no ha muerto.
Vamos de un país a otro
sin volver a casa
y sentimos que somos
dos veces extranjeros.
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