La filosofía como elemento esencial de la vida cotidiana y para la comprensión del mundo.
Diego Garrocho introduce en sus textos, con deslumbrante agilidad y hondura, una mirada filosófica que resulta muy poco frecuente en el panorama del periodismo en España. El último verano es una selección cuidada y equilibrada de sus mejores columnas y ensayos cortos, que elude lo coyuntural y aborda la vida y la tensión entre el pasado y el futuro, con un enfoque intelectual pero no exento de nostalgia e intimidad. El libro condensa las convicciones del autor, defiende la cultura como único instrumento para repararel mundo, reflexiona sobre el talento e invoca a figuras como Tennessee Williams, Ferlosio, Leopardi, Aristóteles o Platón.
A lo largo de la historia, numerosos filósofos y pensadores han encontrado en el ensayo breve y los artículos un modo idóneo de transmitir sus ideas de manera que, sin perder el rigor conceptual o la fuerza de sus tesis, estas pudieran llegar a un público amplio. Este libro se enmarca en esa tradición, y demuestra que la Filosofía también tiene la capacidad de abordar los problemas de una maneradirecta y eficaz. El último verano, que puede leerse en clave generacional, ofrece una perspectiva sensible y original sobre el mundo, y es una maravillosa muestra del trabajo en prensa que, desde hace algunos años, Diego Garrocho combina con su labor académica.
Cada vez que se mencionan las grandes inquietudes de nuestro tiempo —el racismo, la intolerancia, la violencia, las drogas, etc.— se llega a la misma conclusión: son temas que deben afrontarse desde la escuela, pero tambien se habla de crisis de la educación y reina el desconcierto entre profesores, padres y alumnos. Parece oportuno, pues, plantearnos algunas preguntas esenciales: ¿que es la educación?, ¿consiste en la mera transmisión de conocimientos o es la base para la formación de la ciudadanía democrática? Este ensayo responde a estas y otras cuestiones fundamentales: la tensión educativa entre disciplina y libertad, el eclipse de las humanidades, el papel de la familia, la formación moral y su relación con el sexo, la educación cívica…, planteamientos diversos que giran en torno a la enseñanza y el valor de educar.
Desde Disneylandia hasta el Mont-Saint-Michel, desde las pirámides egipcias hasta los castillos de Baviera, desde Venecia hasta París o Nueva York, la interminable rueda del turismo no para nunca de dar vueltas. Con el ojo atentamente fijado en el objetivo de la cámara, en vez de contemplar la realidad, los turistas transforman un mundo en imágenes que está, él mismo, invadido por las imágenes.
Lo que busca el turista de viajes organizados es la foto del catálogo o de la pantalla de Internet y si la realidad que encuentra no es la «prometida» queda defraudado, se siente perdido e incapaz de hacer su propia experiencia. El turista individual y culto también está sometido a la esclavitud de las imágenes. No puede dejar de buscar escenarios ya codificados por la ficción, lugares dignificados y mitificados por famosos observadores anteriores desde distintos discursos culturales. No se fía de su propia vivencia, sino que tratará de adoptar los ángulos de vista de ellos con la pretensión de experimentar, comprender o gozar como éstos, sin tener apenas en cuenta lo que le rodea de hecho.
Analizando las actitudes de los visitantes de algunas playas, paisajes, monumentos o plazas emblemáticos del turismo, Marc Augé muestra no sólo que la mayoría de los lugares míticos y románticos nos hacen vibrar porque fueron escenarios de grandes novelas o películas. También en esos lugares mismos se hace lo posible para revestirlos con los símbolos e insignias buscadas por los turistas. De esta manera se redobla la ficción desde el observador y lo observado, de modo que la realidad está en peligro de quedar del todo inaccesible.
El tema central de este libro tan diverso es la relación cada vez más controvertida entre la naturaleza de la mente y la materia. Meticulosas observaciones tanto científicas como médicas, que van desde la física cuántica hasta las experiencias cercanas a la muerte o los fenómenos paranormales, plantean nuevas cuestiones filosóficas en todos los ámbitos de la cultura y la ciencia. Al margen de la grave indiferencia que sufren las humanidades en la actualidad –de la que se queja Jeffrey J. Kripal–, todas estas observaciones y experiencias extraordinarias de intelectuales, médicos y científicos sugieren con rotundidad que el tradicional marco materialista de la ciencia se está quedando obsoleto y que, debido a ello, necesita dar un vuelco: pasar de la visión externa de las cosas a una visión interna, es decir, del «objeto» al «sujeto». Pero esto no significa de ninguna manera que la ciencia sea un camino equivocado, sino que cada vez nos hacemos más conscientes de sus limitaciones epistemológicas. Pues no sólo la mente depende de la materia, sino que cualquier forma de vida material depende en última instancia de su particular modo de experimentar la mente universal. Moviéndose en el terreno de la imaginación intelectual, Kripal pretende suscitar en el lector ese mismo vuelco.
Este libro está en el inicio del diálogo contemporáneo entre el budismo y el cristianismo, cuestión que sigue teniendo la misma relevancia que cuando fue publicado por primera vez, hace cinco décadas, tal como afirma Javier Melloni en su introdución.
El jesuita Hugo Lassalle vivió en Japón más de sesenta años. Durante ese tiempo descubrió que la meditación zen podía enriquecer enormemente no solo la fe y oración cristianas, sino que también podía renovar la vida de cualquier persona, fuese o no creyente.
Aunque desde que se escribió este libro han cambiado muchas cosas en el mundo, las claves que nos proporcionan estas páginas siguen siendo de gran actualidad, tanto para profundizar en la propia fe cristiana como para abrirse al modo oriental de adentrarse en el corazón de la realidad, a través de la meditación silenciosa.
Es el despertar de una nueva conciencia de la especie humana lo que el autor ya entrevió entonces.
Decir filosofía es para Gabriel Albiac decir un juego, una feliz indolencia o una melancolía sabia y escéptica. También es soledad y, a veces, casi lo único que puede darnos compañía. Su Elogio de la filosofía emprende un viaje fascinante y muy personal por las preguntas fundamentales que nos hemos hecho siempre.
Sus páginas nos hablan de la existencia y su sentido, el tiempo y la muerte, la libertad, la belleza o la verdad en un estilo único, lírico y culto, preñado de referencias literarias y artísticas. En sus páginas desfilan las palabras y las ideas de la sabiduría clásica en Heráclito, Platón o Marco Aurelio; de San Pablo y la Biblia; de La Boétie, Montaigne, Pascal o Spinoza; de poetas como Quevedo, John Keats o W. H. Auden; y obras como La Ilíada o el Cristo de Grünewald.
En esta travesía no hay programa ni decálogo alguno, no hay respuestas cerradas, tan solo un bello «consuelo de la huida» y una «lucha por conocer» que nos acerca a eso que llamamos libertad.