Hawkins, Indiana, es para la mayoría una ciudad sencilla e idílica. Pero para Eddie Munson, vivir allí es como estar atrapado en una perpetua Tumba de los Horrores. Por suerte, en unos meses ya podrá decir que ha sobrevivido al instituto... Y ¿qué le ha supuesto el último año, en realidad, aparte de matar el tiempo entre sesiones de Dragones & Mazmorras y ensayos con su banda?
Es en el peor antro de la ciudad donde Eddie conoce a Paige, alguien que ha obrado un puñetero milagro: escapó de Hawkins y se lo ha montado genial trabajando para un productor musical en Los Ángeles. No solo es la definición de una tía dura (con un gusto musical brutal), sino que tal vez sea la única que ve a Eddie como el bardo que realmente es en lugar de como la encarnación del demonio. Paige le ofrece la oportunidad de labrarse un futuro, y todo lo que necesita para lograrlo es hacer una demo de las mejores canciones de Ataúd Carcomido.
No obstante: grabar cuesta dinero. Y eso es precisamente algo que Eddie no tiene, aunque está dispuesto a cualquier cosa con tal de conseguirlo..., incluso a confiar en su viejo, Al Munson, quien acaba de reaparecer con otro negocio sospechoso bajo la manga. Es arriesgado, pero es su única opción si quiere conseguir la pasta a tiempo y, así, agenciarse un billete sin retorno fuera de Hawkins.
Eddie está seguro: 1984 va a ser su año.
Teo tiene una casa llena de cosas, pero siente que está vacío.
Oriana no tiene casa, pero siente tanto en su interior que le da miedo desbordarse.
Cuando se cruzan siendo solo dos niños, descubren en el otro lo que no sabían que se les había perdido.
Aunque, a veces, alcanzar aquello en lo que piensas cuando cierras los ojos solo es posible en ese lugar entre lo real y los sueños.
Porque él aún es invisible. Nadie lo ve.
Porque ella no sabe quedarse. Solo quiere huir.
Teo y Oriana son una galaxia perdida, una realidad que cuando alcanzas ya no existe, un reloj de arena al que nadie le dio la vuelta...
Teo y Oriana solo existen en un quizá.
Después de que mi exnovio hiciera añicos mi sueño de dedicarme a la música, me prometí que nadie, nunca, me rompería el corazón otra vez.
Trabajar de asistente para un jugador de hockey debería ser pan comido, pero nada resulta fácil con Jamie Streicher. No me soporta, es tan intimidantemente guapo como gruñón, y tiene un ego inmenso. Así que no debería resultarme difícil ser profesional con él, incluso si vivimos bajo el mismo techo.
Pero… tras su antipatía, Jamie es sorprendentemente dulce y protector. Gracias a él, he recuperado la chispa creativa, vuelvo a escribir canciones y tengo ganas de subirme de nuevo al escenario. Y sí, llevo su camiseta en los partidos y en las fiestas con el equipo… y me estoy enamorando de él.