La idea, dominante a principios de los años noventa, de que el mundo había entrado en una era de concordia mundial ha resultado ser errónea: hemos entrado de pleno en un periodo de divergencia. Los expertos en ciencia política, de acuerdo con una visión determinista de la historia, hablaban de una dialéctica global que imaginaban como una batalla ideológica con sucesivas etapas que culminaría definitiva e ineludiblemente en el orden liberal y democrático internacional.
En los años inmediatamente posteriores a la Guerra Fría, el derrumbamiento del imperio comunista y la aparente llegada de la democracia a Rusia auguraban una nueva era de convergencia mundial. Los grandes adversarios de la Guerra Fría compartían repentinamente numerosos objetivos, incluido el deseo de integración política y económica. En ese contexto, el optimismo era comprensible.